sábado, 18 de junio de 2011

lunes, 24 de enero de 2011

NIÑA MUJER




Una niña mujer no es fácil de identificar, hace falta el tino y un poco de concentración. No es una ecuación ni un código de algebra, pero de igual forma se obtiene un resultado exacto, concreto. Acá no hay que sumar ni restar nada, mucho menos dividirla en partes iguales ni multiplicarlas por cien. El proceso para identificar a una niña mujer es al revés. De atrás en adelante. Hay que mirar fijamente a los ojos, unos segundos, y esperar que su generosidad sea reciproca por el tiempo que ella le plazca. El tino es menester del momento exacto en que tomes la decisión de investigar, la concentración es necesaria para contener la mayor parte de su mirada en una porción lúcida. En ella radica el presente de su físico, y el pasado de su infancia. En su mirada chocan ambos factores, se ofrecen en un gesto rápido, y se duermen bajo sus parpados.

María es una niña mujer. Le asignaré ese nombre por ser aquel el símbolo insigne de la femineidad hecha humano. De la iglesia o no, me da igual. Quedemos en que solo es un nombre aleatorio.
María toma el vaso firme, no le hace falta mirarlo de vez en cuando para suponer que tiene el control de lo que entra en ella y lo que no. No bebe mucho alcohol, sabe que en aquellas ocasiones de desbando ha sumado consecuencias que la perjudican, en su intachable moral de señorita. Sus aros son su música, tararea de vez en cuando la mediodía inocentona de algún canción que se escapa del segundo plano, se hace fundamental en sus movimientos el cabecear el ritmo con guitarra eléctrica, con letra anglo, pero con ritmo inequívoco de la melancolía.
Habla de corrido, no titubea jamás, no permite que la timidez que la acompaña desde los rincones lejanos de la edad, se haga protagonista de sus gestos, por eso intenta responder todo con humor, procurando que cada vez que termine una frase, salte la inmediatez de la risa colectiva, el tiempo suficiente como para rearmarse y alejarse de la lupa.

La timidez es un secreto, solo lo sabe ella y su madre que la vió llorar en innumerables ocasiones y desde pequeña, por aquel joven de buen cabello, con personalidad avasalladora, que no soportaba las pendejitas silenciosas. A el le gustaban las mujeres. A ella los hombres.

Con el tiempo el aplauso de la genética que no siempre le apunta bien al objetivo, hizo de ella una mujer bella, inevitablemente atractiva, sus trancas se hicieron pasos firmes y sus sombras eran bocas abiertas de todos aquellos que se rieron de ella y no correspondieron a su amor cuando era una niña. Por que ella cree firmemente que ya no lo es. Y ellos creen lo mismo.

Siempre fue inteligente, lo sabía, pero era necesario que se lo dijeran profesores y alumnos destacados, ese era su diploma, que la gente no dudara de su firmeza y talento principal.

Así conoció a su príncipe azul, un tipo de estatura media, delgado, de buenas facciones y pelo recortado con astucia. Para que hablar de sus zapatillas y vestimenta, eran sin duda las mejores entre todos ellos. En aquel tipo vió todo aquello que no había logrado hasta ese momento, la atención completa, la reverencia absoluta a sus encantos y sin muchas preguntas, recorrieron tardes enteras sin mirar hacia otro lado que no fueran las reciprocas alabanzas del encantamiento.
Ese fue su primer error, confundió el amor con el encanto, y aquel lobo quitó su disfraz de oveja y la mordió.
Que te muerda un perro es frecuente, un gato, puede serlo, pero una mordida de lobo es distinta, no es letal, pero desde aquel momento de la mordida, sus consecuencias se vuelven endógenas y la acompañaran por años.

La mordida del lobo, fuera de lo que se pudiera pensar es una mordida suave, ligera, pero eficaz. Apenas los colmillos férreos superan las primeras capas de la piel, hacen contacto inmediato con algo que dormía en ella desde su infancia. Es una mordida que activa el resquemor asesino de sus trancas mas santas.

Aquel accidente generó en ella un retroceso, y comenzó a preguntarse cosas que para ella parecían resueltas, no sabe que paso… otra vez le cuesta dormir.

En sus desvelos recuerda a su padre, aquel tipo que lo fue hasta sus doce años. La última vez que tuvo contacto con uno de sus abrazos fue cuando se despidió antes de irse de la casa con “la otra”. A María le costo años, darse cuenta que aquella "otra", desde ahora en adelante seria la "principal". Y María, no seria mas que un recuerdo molestosos en el rehacer de vida, de aquel tipo que la engendró.

Si le preguntan a María, sobre la falta que puede hacer un padre en la vida, ella se ríe y contesta luego con firmeza, “padre es el que cría no el que engendra, y yo tuve quien me criara…”. Los tipos que comparten con ella aquel carrete se quedan en silencio, incomodos, ella sabe que le teme a los espacios vacíos porque desde Niña la hicieron llorar, pero su amiga cambia de tema y todo queda atrás. Ella también… como aquellas veces en que miraba el pizarrón, encontrando en el las vísceras de su imaginación, que le traían aquellas preguntas que ahora responde con claridad.

Ella teme que la suerte en el amor esté echada. Que aquella mordida de lobo haya despertado ese llanto de niña que jamás superó. Que aquella marca en su boca arda cada vez que alguien la bese, ella cree que esta destinada a sufrir, por que verá en todo hombre el disfraz de lobo, la intención del daño, la mirada de su padre.

Lo que María no sabe es que se hereda el puño, pero jamás el golpe…
La herida está. Como tiene que estar, es una herida, nadie puede caminar con la tibia fracturada, pero de alguna u otra forma, caminar no es siempre avanzar.
Lo peor de su cicatriz feroz no es su apariencia, porque ciertamente no es visible al ojo humano, solo para ella, en su interior, sabrá que dentro de aquella mujer de belleza abominable, infranqueable, indiscutible, siempre dormirá la niña que fué.

Las niñas mujeres son así, una caja de Pandora y cuando la montaña rusa de su vida deje de bajar, subirá y encontrará lo que siempre buscó, un tipo que jamás sabrá por que llora, pero que la abrazará con la poción secreta, el amor que cura lo que sea, el amor genuino, el amor que no entiende el lenguaje del lobo, el amor puro al que ni la muerte le hace cosquillas.

miércoles, 12 de enero de 2011

¿A quien le hace bien la modestia?





¿A quien le hace bien la modestia?

Aquellas manzanas modestas provenientes de árboles modestos, solo alcanzaron con modestia ser una modesta manzana. La modestia parece ser el carnet de vencimiento con que aquellos tipos celebres no adulan de su talento. No sacan el brazo por la ventana por que se ve mal. El mejor no puede decirlo por que huele mal.
Pero bien parece ser solo un problema de actitud por que ciertamente si hay quienes son llamados “peores”, es obvio, casi mecánico, que existan los “mejores”. ¿Cual es el cargo de conciencia de aquellos “mejores”, o de quienes arman aquella fabrica de la pulcritud, que les cuesta admitir que son mejores que otros? Es tan importante lo que se vea desde el asiento hacia el escenario, es tan fundamentada y obvia la justificación a aquella cuestión, que no vale detenerse en por que es malo decir ser el mejor.

Tal parece que existen aquellos jurados, aquellos pies que danzan sobre el acelerador y al mismo tiempo sobre el freno, de ojo medianamente agudo, dotado de poder para identificar quien parte la carrera desde la ventaja. Aquel ser infrahumano no tiene remordimiento, solo identifica a quienes, y calla su dirimir. Como una alarma ruidosa pero breve en su intento, que grita cada vez que alguien toca el timbre de la micro por equivocación: todos se voltean a mirar como en un coliseo romano, a aquel que obligo al chofer a detener la bestia sin motivo, segundos con la puerta abierta y nadie baja. Aquel linchamiento visual dura segundos, cuando el chofer decide partir ya todos vuelven a su refugio viajero.

¿Acaso no es legal que quienes sean los mejores, digan serlo? Y si acusamos solo la forma aquellos que dicen serlo y no contentos con ello, creen, genuinamente serlo, ¿el problema es que lo diga y no que lo crea?

Históricamente, como resultados de una apuesta seguramente ganada, quienes asisten al Instituto Nacional, saben, que en cierta medida las posibilidades de ser los mejores no son una broma. Son los mejores, los resultados los avalan, son los mejores, y harán las cosas como un menester de la casi perfección. El resto… gran merito tienen aquellos padres con ojos de lince, que califican a su hijo de tan solo verlo caminar como “apto” para tal reto. Se nota en su caminar en su dicción, en la forma de tocar las cosas, en la falta del grito y el exceso de miradas adultas en cuerpos infantes. Son ellos los mejores.
Aquellos “mejores” representan a gran parte del futuro mando de nuestro país. Aquellos, lo mas seguro es que estén insertos en todas las decisiones cruciales de la contingencia, indistintamente de su sector, es casi una afirmación completa, decir que así será.
Todos sabemos que son ellos los mejores. Aun estudiando en el mismo nivel, viviendo en lugares similares, creciendo en las casas idénticas, tomando las mismas micros… son ellos los mejores y votaremos por ellos en la proxima eleccion. Ellos han sacrificado su vida en función de sus futuros objetivos que quizás ni comprendieron al tomar la eleccion.

Pero existen aquellos otros, mejores, que no tienen el mismo efecto en la voz popular.
Son aquellos que pisan el acelerador antes de que el cañón dispare, son aquellos que tienen en sus traseros almohadas que amortigüen las patadas, aquellos de muros gruesos, que filtran los ruidos de vecinos borrachos y sexopatas, aquellos que tienen el control remoto con números omitidos, aquellos que no conocen el rigor de la cuneta, del barrio, aquellos que caen con parachoques en sus dientes. aquellos, ciertamente y los resultados así lo avalan, son los mejores, lo supieron de siempre y jamás lo dudaron, no hubo porque, rodeado de los mejores, y todos sobre patas postizas, sobre pies de acero, jamás se preguntaron si la norma, lo general era caminar con zancos. Ahora de adultos, saben perfectamente que su santiago no es el mismo, que en fotos se veía mas bonito, ahora que tienen mas fuerza que sus papas, pueden quitar sus palmas de los ojos, y ver, durante aquellos segundos necesarios y profundos, lo que nunca vieron. Son ellos mismos los que toman sus propias manos y cubren sus propios ojos, con una mano, con la otra cubrirán los de sus hijos, los subirán a los zancos, y les pondrán barreras en el borde de sus camas para que no caigan. Ellos lo saben, lo vieron con sus propios ojos durante un par de segundos, saben lo que es ganar una carrera con ventaja.
Ellos, saben lo que es la modestia, es la palabra sagrada, la ley tatuada en sus pechos, sentimiento obligado que amortigüe aquella victoria en la carrera sin contendores.

No hay pecado en creer ser el mejor. Este es un llamado a la soberbia, por que existen quienes se han amamantado de ella para pisar fuerte, y nadie les ha dicho algo. ¿A quien…? ¿A quien le hace bien la modestia?

jueves, 16 de diciembre de 2010

II




La huella de mis patas dejan el nuevo nombre sobre mis ojos como un letrero.
Me oculto de la calle abandonado y como ella, soy de todos por estar, pero de nadie por vivir. Jamás pensé que de tal alternativa de resurrección esta fuera la misma crueldad que esperaba no presenciar.
No deseo un abrazo, eso es lo que ellos quieren, me avergüenza el impulso de querer una caricia en mi cabeza o un palmoteo en mi lomo, símbolos primitivos tan propios de la raza, escalafón de los mas bajos sin duda.
Aún estoy aturdido, veo desde la oscuridad una película sin materia. Veo sus pasos caminar agitados de colores y formas distintos. “ellos son lo que calzan, no los persigan, dejen que caminen y se sientan únicos de pensar que son diferentes” aquella misiva la leo con algo de dificultad dentro del hoyo en el que me encuentro, la dejo sobre el suelo oscuro y se pierde en la invisibilidad.
El sonido ensordecedor de las maquinas me agitan, me vuelven incomodo, siento que mis oídos danzan entre sus tubos de escape.
Mi lenguaje no lo conozco, como siempre este es innato y no me llevara tiempo acostumbrarme, mis movimientos corporales no han sido reconocidos aun. No se si estoy recostado en el suelo, apoyado con mis patas traseras, desparramado de lado o de espaldas. Por la visibilidad me doy cuenta que mi cabeza apoya el mentón en el suelo tibio de material húmedo.
Los ruidos y las pieles distintas se mantienen en un carnaval absurdo –somos distintos pero hacemos lo mismo- creo que esto será mas fácil de lo que pensé.
Al salir lentamente del lugar en el que me encuentro, la luz ácida del mediodía entra por mis ojos y parece inflar un globo hipnótico dentro de las paredes de mi cabeza, me hincho, mi piel es charqui sin brillo, un cubre mesa escolar.
Transito tímidamente sin dejar del todo mi lugar de inicio, la distancia me asegura que pueda volver de inmediato frente a cualquier imposibilidad, volteo y en aquel lugar veo una camioneta vieja de color celeste con un gigante signo estampado en su cajuela. Sin duda aquel signo representa mucho para ellos, de otra forma no tendría tal espacio privilegiado en un cuerpo plano pero real. Para ellos estos actos son de lucidez única, de orden irrestricto, un perfecto mausoleo de la voluntad masiva, así como marcan desde vacas hasta calles, de ventanas hasta territorios, creen que todo, absolutamente todo, alguna vez les puede llegar a pertenecer ya sea por acción directa o por consecuencia. marcado de óxido y fisuras graves, bajo aquel barril sin ruedas y entre el esqueleto de su parachoques distingo aún el calor, debe ser la misiva que aún no se disuelve completamente.

Camino a pequeños saltitos como quien galopa sin articulaciones, mi boca siempre abierta desengancha gotas de sudor desde mi lengua que caen desdeñadas entre mis dientes.
Miro hacia los lados y está todo igual. La caravana se ve mejor desde acá, es un cuadro permanente, sus caras son las mismas, sus expresiones son broches de velcro con censura. El avanzar dramático de las máquinas, a pesar del sonajeo estruendoso no excede magestuisidad, sus rugidos reinciden en la no-vida, en la no-expresión, en la acción sin ejercicio muscular -son materia manejable- tal cual les gusta, montar, cabalgar, manejar, ellos se agitan del otro lado de sus ojos de material translucido, numerosos a cada lado de su vientre, miran todo lo que han visto siempre y de la misma forma, bajo la misma expresión. Son ellos, como confundirlos (?).

Comienzo a sentir el calor que tiñe espejos, es un calor robusto como un abrazo de oso, no te suelta del cuello, te dificulta la respiración, siento que entre mis patas delanteras se incendia mi pecho, siento su humo danzar hacia el cabello de los árboles, es esto de nuevo. Me detengo frente a un semáforo, intento concentrarme en la dirección, si no caen misivas quiere decir que voy en la dirección correcta, el dado aún gira en mi mente, no cae ni indica cifra, baila como un trompo de acero jugueteando con la espera.
Miro hacia enfrente con sentido único, algunos de ellos esperan detenidos bajo una orden colorida que ellos mismos construyeron abogando ordenanza, de orden no saben, -el humano solo hace alarde de aquello que no tiene-. Espero que se aglutine un número considerable a cada lado de la calle, la fotografía se corta a la velocidad de las maquinas que rugen calle arriba, “manifestar cariño es vital para despertar en ellos la amabilidad, mover la cola signo y símbolo de apremio, de cariño inmediato, de felicitación gratuita, de placer bruto”.
Es la hora, pongo mis patas delanteras sobre el cemento oscuro bajo las cunetas, noto la tensión en la cara de todos, se afirman entre ellos, me gritan cosas algunos cubren sus ojos sin conseguir olvidar mi sacrificio, llega mas gente, es ahora, el calor de mi pecho se incremente en proporciones últimas, les sonrío con mi señal, los miro con cara primitiva, con seña inconfundible meneo mas la cola abanicando aire sobre mi lomo, gritan desgarrados me muestran sus palmas, chasquean sus dedos, avanzo, deposito mis patas traseras en la camilla gigante, las maquinas siguen entrecortando la señal directa, sus rugidos dejan escapar un llanto de alarma ensordecedor, un grito sin vida, un llanto sin lagrimas, un aviso, un reflejo de mula humana. Comienzo el trote sostenido que manda mi especie y cuando el fuego de mi pecho se desdibujaba del dolor siento perder mi voluntad del movimiento en manos de una de aquellas maquinas gigantes, me entrego al suspiro del viento, me balanceo en sus faldas eternas, giro mi cuello entre gritos, se desparrama mi cabellera por la imagen, se tiñen mis ojos de un llanto involuntario de sangre, mi conciencia aguanta sus murmullos y lagrimones infantiles, es la perdida, es la perdida…



Un canto armónico me masajea la espalda, me acaricia los vestigios de mi columna que logra atravesar mi inconciencia. Mi visión borrosa se mancha, se abre y se oscurece, es mi pestañeo de velocidad traumada que da aviso, veo el fondo, es mármol, lo toco con la palma de mi mano y lo acaricio -es mármol- desato una leve sonrisa de placer.
Mi pecho comienza a apretarse y mi gesto se detiene, mis movimientos son lentos, son ecos de mis deseos, mis pataleos son aplausos sin sonido, no hay percepción en ellos, no hay sentido, solo el cuerpo que se agita desesperado, grito, me siento gritar en desesperación, dos manos me toman de mi pecho y me levantan hacia el exterior, logro extraer algo de aire en el primer intento, mi tosido es vomito marítimo, es tentáculo de pulpo que se agita aún vivo y sin corazón, mis ojos cerrados reciben el relieve de un manto seco, que me acaricia el rostro con serenidad materna, distingo pequeñas manchas sobre mi cabeza, trajes blancos se pierden en el cielo sin sol, paisaje sin vértice sin diseño descifrable, vuelvo a la calma.

Descanso sentado abrazado por el lino, mi cuerpo aun mojado se estremece en tiritones, mis pestañas se pegan entre ellas, miro a todos frente a mí, son ellos los mismos, sin quitar su capucha, apoyados sobre el marco de madera blanco, sus manos atadas en un rezo, palma a palma, no permiten partículas entre ellas, ni siquiera las mas amables. Son miles, son kilómetros, no veo el infinito de cabezas que no exhiben movimiento, seso la serie de temblores internos, me dejo ir, me calmo. “no son ellos los que marchan, uno tras otro, quieren ser diferentes, no encuentran en la serenidad la calma, no la encontraran jamás como una cifra o una letra, la calma no se encuentra, se resisten a la verdad, quieren saber que sucede cuando…”
Veo que a mi lado otros cuatro tipos como yo, intentan dejar de temblar, se abrazan del lino como yo, refriegan sus pestañas viscosas como yo, escuchan al maestro que a breves metros de distancia se desliza entre palabras sin previo acuerdo, pero con total omnipotencia, ellos lo miran desde sus cabezas gachas, desde sus capuchas puras, santas, vírgenes, son cuerpos sin estornudo, sin pañal, sin bisagra de olvido ni recuerdo. Saben lo que tiene que hacer. No hay palpito que perturbe, no cae una hoja al piso ni el viento cambia de silbido para suponer un tosido de la boca de alguno, saben lo que tienen que hacer.
“hay que tener seguridad en nuestros deseos, esa palabra incolora, insabora, es el único haber, no hay otra isla vista desnuda y serena, sin pisadas en la arena, esta es la única, es lo que tenemos que hacer, háblenles de fe, de esperanza, ellos encuentran en estas palabras el reconocimiento, el lenguaje en común, la virtud espiritual, háblenles de fé que entenderán y los verán propios, creerán que les pertenecen, que hablan el mismo lenguaje de señas primates, de primates también sus movimientos, no se sienten a esperar, háblenles de fé, de paciencia inmediata, háblenles de fé”.

Ellos saben lo que deben que hacer.
Yo se lo que tengo que hacer.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

I






Soy un insecto que surca entre llamas. Tengo un mensaje tatuado en mi pecho, vuelo entre el calor devastador de lo que envuelve el destino, no lo conozco pero lo respeto como señor que es “a los señores se les respeta aún no sabiendo su nombre, el respeto, es su alimento letal”, la misiva lo dice en letras sin color, la introduzco en el baúl de aire y sobre el vuelo, el papel se hace polvo y se olvida.
No lo miro y no lo pienso, solo debo volar…
De tanto en tanto me vuelvo errático, confundible, hasta amargo,la seña de mis cejas termina por convencerme de que estoy aturdido por la falta de oxigeno, intento no pestañear, no perder el supuesto objetivo, aguantar la respiración cuando el calor se haga insufrible.
Miro la mano que a velocidad de anciano intenta cerrar la ventana, no puedo permitirlo, tengo que salir de este infierno. El bello de mis brazos se quema y un leve olor a cabello chamuscado hace patria en mi garganta.
Se estremece mi cuerpo, sangran mis ojos que ya solo distinguen sombras, soy el único que vuela hacia fuera de la pieza, me envalentona el hecho de saber que soy insecto, que no vale, no cuenta.
Cubro mi pecho con mis brazos, protejo el tesoro del fuego, se quebrarán mis extremidades, se partirán mis prejuicios, mi apellido se raspara en el suelo.
Cada centímetro, cada momento que avanzo, es como si aumentara la llama de alguna cocina, el calor se multiplica tiñendo todo nublado, manchas ruidosas hacen nudos en mi deseo mental. De corazón no deseo nada, no tengo, soy insecto, puedo quebrar una de mis piernas con la otra y la gente supondrá que es la norma de mi clasificación, clavarían luego mi pecho con la daga del tiempo, y me archivarían con signos negros sobre un plumavit, como quien conquista un país, como quien mea un árbol, como quien raya un muro.
Siento que se me acaba el entusiasmo, se me cae la quijada, se desgranan mis dedos, vuelo sin alas, solo por el peso microscópico de mi planeo, la mano extraña se acerca a la ventana, la toca, con movimientos bruscos grita un temblor pequeño, se cierra, la ventana se cierra…



Levito vacío con oratoria angelical de fondo, paredes blancas, mesa celestial, caras amables hechas a mano de expresión intacta, espaldas robustas y rectas, manos lavadas en agua ras, la hostia se desliza entre los peregrinos, cae de boca en boca, de lengua en lengua, aquella hostia negra hierve en la porosidad del músculo húmedo y el paladar pedigüeño, burbujea con el ácido de la saliva, sus ojos profundos, vacíos, ya no importan en color ni en forma cuando no son para ver. Algunos no los tienen y abren sus manos para atrapar alguna luz.
El techo se pierde, se nubla, se amasa de vitrales impetuosos, autógrafo de algún artista bélico disfrazado de conejo. Soy el hijo, el padre, sudo en medio de la fila, comienzo a sudar agua del lago Pellaifa que arma un paisaje en mi espalda, la fila avanza hacia el sacerdote que porta listas interminables de aquellas hostias musgosas. Paso tras paso, paso tras paso, sudo con mayor énfasis y no logro disimulo. Cuando ya frente al maestro -Jesús de noche- veo su mano aproximarse a mi mentón cerrado, un nudo en mi garganta hace su cama, me atrapa, no tengo miedo, no tengo hora ni calendario, mis pies como mis manos también son celestes, mi túnica blanca pierde relieve con las paredes que no recuerdo.
Veo la materia viscosa con alarde de gloria, como si aquel acto de devoción fuera la misma resurrección que no me importa mas que el hambre, que la hostia en mi lengua haciéndose saliva en mis mejillas.



-Estoy maldito-me digo mientras descanso de la fila y camino hacia mi puesto en las bancas de madera blanca, madera como nunca vi, solo veo las espaldas bien terminadas, las túnicas armando una capucha sobre el cabellos de todos aquellos, mirando hacia el frente al sacerdote. Un breve pestañear me transporta, escucho las palabras perdidas entre sus kilómetros de eco “amarlos, lo que buscan es amar, palabra apostrofe de un disfraz melancólico, todos quieren morir, todos quieren morir, permitámosle el beneficio, de ver que sucede cuando…” siento el calor de la ostia en mi garganta, atrapando la corriente que choca con una piedra, se traba en ella, hace presión contra las paredes de mi pecho… mi pecho, recuerdo lo que amé, lo que tuve, por lo que di mi vida, mi pecho, que no siento bajo la tunica, mi frente se arruga, mis ojos se abren, el nudo en mi garganta se desdobla en la humedad de mis parpados, que sueltan una gota del caudal… “no podemos hacer otra cosa que servir al padre, un hijo sin padre no es hijo, un hombre sin esclavo no merece, ni debe estar de pie, hay que comer en la cama, hay que dormir en la mesa, ofrecerle bocados seductores, taparlos de mantas finas, calzarles cuero de cocodrilo, masajes de chamanes tintos, bebida de tinta de lápiz, de sangre de perro, del perro que reconoce al amo, el hijo solo debe morir si es en manos de su padre, majestuoso acto sin precedente ni lengua posterior, palabra única para la vida eterna, quieren saber lo que sucede cuando…”Mis ojos se nublan al sentir el calor, lo evidencio cuando noto que un par de gotas verdosas manchan el suelo, pongo mi mano izquierda sobre mi pecho y lo amaso en un gesto profundo, entrañable, como una madre que reconoce al hijo que nunca verá.
Soy el mismo, soy el que fui, con el mensaje en mi pecho di mi primera vida y nací como insecto, ahora lo recuerdo, cuando sin cerebro reconocí que ese no era yo, que esas patas no eran mías, que esas alas eran de mazapán, que esos ojos eran de canica.
“llegará el día, en que alguno de ustedes logre al fin y al cabo, entregar el mensaje, decirles que la muerte se toma en copa de vino, que olviden su pasado, que entreguen su vida al destino de nuestros pechos, pero para eso, ellos deben morir, es lo que quieren, saber lo que sucede cuando…”
Siento el palpitar de mi pecho que creí vacío, mis manos se hinchan, me espalda suda, ese palpitar no es mío, alguien desea hablar a través de mi corteza vital, siento que mi vida se escapa del enjambre popular, de la marcha sin pregunta, es una crisis, la siento, me lo dijo mi abuelo antes de morir, me dijo que esto ocurriría, la crisis…

Miro mi mano hinchada, mis uñas moradas, mis venas queriendo arrancarme la carne atornillada al palo, la volteo y mi palma quemada dibuja la hostia que logré arrancar del transe prometido. Tengo que aguantar de pie, perderme en los vitrales, concentrarme en el punto fijo y no dejar que un perro me ladre, nadie me mira, seco mi sudor con la manga de la sotana, sudor verde, masajeo mi pecho con la mano libre, guardo mi mano quemada en el fondo de la sabana. Miro esa secuencia de hombros idénticos, imagino que lloro de alegría, corro lejos de aquellos hombros y dibujo en ellos un monte que me enseñan a reprimir el canto, lloro a mares por las cunetas, me esconderé hasta siempre, viviré como un ermitaño de mi conciencia, feliz me perderé en el lugar mas lejano, viviré como el fugitivo de la razón. Partiré de cero, haré una civilización de mis dientes, soldados de mis uñas, viviré solo los mismos días de siempre, pero libre, sin sotana, desnudo me lanzaré al mar, viviré en el si es necesario, hasta que alguien llegue a buscarme. He decidido enfrentarlos.
Si alguien debe morir en manos de mi secreto, si a alguien debo abrazar con mi pecho para hacerlo olvido, prefiero que aquel sea yo.
“Nos ponemos de pie, va a hablar el gran padre.”

miércoles, 24 de noviembre de 2010

POSMORTEM


Hoy vi en medio del noticiero de Chilevisión, el anuncio de “Post Mortem”, película del chileno Pablo Larraín y único filme latinoamericano en competencia en el Festival de Venecia, elogiada el domingo por la exigente crítica de La Mostra que se quedó encantada con la visión de Larraín del golpe de estado de Pinochet de 1973. (http://www.otrastardes.com/2010/09/06/post-mortem-del-chileno-pablo-larrain-fue-elogiada-por-la-critica-en-venecia/)

En el noticiero invitaban al telespectador a ingresar a la pagina web www.posmortemlapelicula.cl y ver los testimonios sobre el golpe de estado, de algunos rostros conocidos de la fama criolla. Con sorpresa me encuentro con una campaña publicitaria bien realizada (poca pero sobria, con mucha mas RRPP, como lo amerita una película que sin duda habla sola en festivales y premiaciones). Entre sus actividades, está el espacio abierto al publico para relatar testimonios bajo el ¿Qué estabas haciendo el 11/09/1973?. Me entretuve con los microcuentos, muchos de ellos sorprendentes a pesar del poco novedoso punto de concurrencia.

Cuando estaba decidido a seguir leyendo hasta la mas minima historia, me encuentro con otro segmento de la campaña bajo la frase: ¿Qué es para tí el 11/09/1973?. Tras ella, como era esperado, algunos significados mas emocionales que racionales pero comprensibles, advirtiendo el tema de la película. Mágicamente, noto que los últimos comentarios (imagino que hechos luego de aquel momento tras el noticiero) son de tono distinto, muchos mas racionales, sembrando la patria y la honorable fuerza armada, que marxista, que leninista, que comunista, que asqueroso, etc. claro, no solo la gente de izquierda ve el noticiario.

Pero ¿Qué hacia esa gente aquel día que no recuerda momentos, solo justificaciones patrióticas al golpe de estado? Nadie de derecha cuenta que hizo ese día del golpe de estado, no quieren recordar como estallaron en dicha y alegría por aquella acción militar, como aplaudieron la matanza que ahora ven y que intentan minimizar por impulso. Por nausea, por cosquilleo, le llaman exceso, intervención… pero saben que está ahí, como una piedra molesta en el zapato, como una mosca en la sopa. Será que aplaudieron la matanza aquel día (¿?). saben que éticamente esta mal no sensibilizarse por una matanza tal, pero genuinamente ¿Habrá paso para el animal que busca poder tras sangre?... tal parece que rozan el filo...el filo de lo humano, el filo de la empatía... Los mismos que ahora pusieron su pie en la página, su marca, llenando aquel espacio que no toleran ver tan continuado y acompañado, tan numeroso – no vaya a pensar el mundo que eso es Chile- comentarios idénticos, carentes de vivencias, de testimonios, de saludos, de recuerdos melancólicos por aquel día, comentario siempre encarnado en tintes honorables y patrióticos. Patrióticos. P.
No me pude contener, fue puro impulso:


Es claro que para quienes comprenden el honor militar, el 11 de septiembre es un día de gloria. El significado de patria tiene tintes distintos, la palabra “pueblo” o “popular” es sin duda peyorativa, deben tener bien claro quienes les sirven para ver si finalmente son “dignos” de integrar aquella “patria”, que al parecer es solo suya y de los suyos.
La palabra “igualdad” es absolutamente subjetiva, y la fuerza es mas factible que la razón cuando alguien quiere “imponer” aquella visión distinta de la realidad, aunque sea democráticamente (democrático es antónimo de autoritario), y cuando alguien les contrapregunta se largan en descalificativos como quien aprieta una longaniza haciendo saltar el aceite que la contenía, justificando lo que sea en manos del “honor a la patria”, frase clave, comodín de tanquetas, justificación de matanzas, chiste de la empatía que se necesita para entender a una madre que no verá mas a su hijo producto de esa fecha, padre que no llega a la casa, hijo que no saluda mas. Buscar su felicidad sabiendo que el mundo feliz no existe, que la alegría para unos es el llanto para otros. La risa frente al dolor ajeno, carcajada de pensar que la vida es un insecticida que mancha destinos de insectos, que son iguales a ellos. Si somos insectos tendremos que comer juntos de esta mierda para siempre.
No se trata de olvido o perdón, es algo que esta lejos del honor y de la patria, radica mas cerca del sujeto, el que vive al lado de otro, el vecino que conoce, el baile que se baila y no se escucha, la mano que se estrecha y no la que palmotea, la bandera en el techo de la casa y no en el apellido de la casta. Conversación, dialogo, monologo, quizás es solo cosa de conceptos.

martes, 23 de noviembre de 2010

LO MISMO NO ES LO MISMO.


Dos cosas distintas pueden parecer los mismo. Dos asuntos diametralmente opuestos se toman la mano y hasta se besan (descarados) a los ojos de la crítica, para mezclar matices intentando obviar detalles pequeños, que cambian un desenlace, un sentido, minúsculo acorde que cambia una canción completa.

Yo pensé eso aquella mañana cuando fui a comprar una bebida donde “el cana”.
No hay mañana nueva, no hay mañana distinta, hay mañana hermosa de sol, mañana triste de lluvia. La única forma de darle movilidad a una mañana es la intención. Yo, enamorado, veo la belleza en la mañana nublada, la grúa del recuerdo me toma y me lleva a aquellas mañanas en las que el 18 de septiembre siempre era propiedad de las nubes. Pero había una belleza en él, en su olor a carbón, en los aguinaldos balanceándose por el viento, en los volantines pintando de colores el cielo, que el sol pasaba a ser un simple detalle.
Una mañana como aquellas trajo a la mesa la muerte de mi abuela. No hay mañana mas dolorosa que aquella, en la que vez llorar a tu madre. Las madres no debieran llorar jamás, por decreto de ley, debieran estar siempre prestas y dispuestas a la felicidad desmesurada y contagiosa.

Dos mañanas nubladas parecen ser lo mismo, pero son dos asuntos completamente distintos.

Iba balanceando la botella retornable, continuando con ella coreográficamente mi caminar. Avanzaba sin fruncir el seño, sin acusar sol de mañana, encontrando a mi paso solo manos viejas y mirada cansada pero con sonrisa. Gesto lento de edad, como quien no puede hacer más que sonreírle a la vida que lo desgasta. Los jóvenes, aquellos que gozan los viernes, solo pueden ver noche un día sábado por la mañana. Yo en cambio me había dormido exhausto la noche anterior, luego de aquel desgastante día de cine y largo caminar junto a mi polola.
Cuando me detuve frente a la calle de la botillería, dos autos de carabineros, de esos bajos y sin protección en las ventanas, cortan mi caminar a velocidad media, avanzan como tiburones sangrientos, con música de película y propósitos pesimistas. Así atraviesan deteniendo el tiempo entre sus breves miradas y la mía, que parece comenzar a acusar aquel sol que no existe.
Cruzo la calle luego, cuando la vida vuelve a tomar su ritmo y saludo a la tía, la señora del Cana, que al parecer no quiso llegar tan temprano a atender su negocio. Mientras le paso la botella vacía, le pido una Kem piña y volteo rápidamente para ver hacia donde se dirigían los casa fantasmas. – se llevaron al negro ayer en la noche- me dice mientras escribe sobre una boleta. yo me quedo pensando luego de escuchar sus breves palabras, vuelvo a voltear y aquellas patentes parecen haberse llevado mis ojos.
El negro no era un tipo mas. No era de aquellos que se sientan en medio de la sala, porque a su colegio no iba con uniforme. Desde comienzos de año que asistía a un establecimiento en Padre Hurtado, villa rural y escondida a un costado del Camino Melipilla, a no mas de treinta minutos de “Los Héroes”, nuestras calles. Ahí el tipo buscaba a sus veinte años terminar el colegio, al igual que muchos, empujados hacia el fondo de la sala por su poca aplicación a los estudios. A muchos de ellos realmente les costaba y recorrían en un tur eterno gran parte de los colegios de Santiago, así terminaban lo mas lejos posible de su punto de partida, de la ilusión de sus padres, muchos de ellos inexistentes.

La gran mayoría de estos tipos adoraba la desobediencia como un manual aprendido en casa, como un ritual que se hereda, como sus barrios y sus caras.

Muchos docentes e inspectores podrían encontrar en ellos, si buscaban una explicación razonable a su comportamiento. Por lo general aquella explicación era la misma que les daban en cada colegio que decidía expulsarlos a mitad de año, ya no hay nada mas que hacer, caso perdido.
Pero el negro no era un tipo mas, el negro no era como ellos. Sus padres eran feriantes de toda la vida, comenzaron con un puesto de cilantro, oréganos y ajo, terminaron siendo el puesto mas grande de frutas y verduras, las mejores, las mas frescas, incomparables con cualquier otra aunque de similares características, no era eso lo que atraía a su fiel clientela. A los tíos se les conocía desde siempre, su esfuerzo, su humildad, sus ganas de empujar el carro, eran los primeros en levantar el puesto los días miércoles y domingos, llueve, truene, o relampaguee, los últimos en retirarse dejando su lugar estrictamente limpio, sin denotar rastro de la fruta que durante toda la mañana y parte de la tarde se vendía como pan caliente.
Con divertidas rutinas de humor calido y necesario, alegraban la compra de sus caseros. Siempre les daba lo mejor, con una sonrisa y de la mejor forma posible. Representaban quizás de manera excesiva la bondad de la clase trabajadora, la que dicta el texto, la original, la que muy pocos se dignan a ser.
Si hubiera un manual de cómo representarla con dignidad e hidalguía de seguro debiera fundarse en su historia. Si hubiera un manual de cómo hacer del trabajo algo digno, su hijo no lo habría leído.

Conocí al negro hace muchos años, poco tiempo después de haber llegado a esta villa, cuando se instalaron aquellas casas rojas de dos pisos, “invadiendo” según muchos de mis vecinos, la tranquilidad de nuestro lugar.
Esa llegada fue extraña, a pesar de llevar tan solo un par de años, nos sentíamos propietarios absolutos de aquella isla tan lejana a santiago, separada por un mar que ellos veían pero que no existía, desanimados hasta la rabia al ver que alguna constructora desidia obligarnos a recibir compañía.

Para nosotros era distinto; era la oportunidad de conocer gente nueva, caras nuevas, que bien podrían ser mujeres, y mas aun guapas.
Al comienzo recorrimos sus calles jóvenes, de cuneta fresca y paso de cebra marcado, así como ellos recorrían las nuestras para ellos también, la primera novedad.
Si bien nuestra villa tenía tres canchas de babyfutbol, muy bien cuidadas, apostadas a un costado del canal, no había cancha como la de la Villa Pratt.

Era una cancha de proporciones gigantes, del mismo material con el que se cubren los hoyos en las calles viejas (algunas nuevas pero mal hechas). En aquel remoto espacio se desataban los mas apasionantes partidos, equiparando la mas alta competencia, con una selección de “lo que hubiese”. Siempre había espacio para todos dentro de los partidos, a ratos daba la sanación de que todo quien pasara de por casualidad al lado de la cancha se iba sumando, sin inconveniente alguno hacia el lado que el quisiera jugar. Una de esas veces jugo el Pepito, un niño de 18 años con síndrome de down, que alcanzo a defender en un par de ocasiones nuestro arco, su madre un poco arisca en un comienzo terminó por dejarlo jugar con nosotros, al ver que no había mas que fútbol en esa cancha. Pepito fue gran estrella en aquellos partidos, si gigante humanidad le permitía estirar sus brazos de gorila a distancias insospechadas para atajar un balón. Fue así hasta que se le ocurrió azotarle la cabeza a un rival, con un palo mojado, luego de que este le hiciera un gol, quizás fue nuestra responsabilidad avisarle que un gol es algo cotidiano en un partido y no un fracaso. Pero es que estaba tan poco acostumbrado a ellos, nuestro equipo era un dream team, rara vez teníamos que remontar algún marcador, casi siempre era un verdadero paseo. Menos esa tarde, cuando un equipo de aquellas casas rojas decidió quitarnos el trofeo. No volví a ver a Pepito por el barrio.
Uno de los jugadores de aquel osado equipo, nuestro mas férreo rival era el negro. Cuando ya pesábamos un kilo de partidos y revanchas entre ambos equipos, terminamos llegando juntos a la cancha, no separábamos durante el partido para luego llegar todos a la misma plaza a comentar el encuentro. Con el correr del tiempo, si bien no nos hicimos amigos, éramos compañeros de barrio o “de colegio” como decía el.
Cada día que pasaba nuestro saludo se hacia mas breve, resultado de aquellos caminos que se separan sobre la marcha, toman riendas distintas, otras arterias, pero sus historias se seguían escuchando, recorriendo las calles y los carretes de barrio. Pintando sus hazañas y aventuras callejeras, de esas que se comentan junto a las cervezas y cigarros compartidos. De esas que se convierten en mitos a penas nacen, por que ya no le pegó a un tipo, con el pasar del tiempo aquella cifra se multiplicaba, se trasformaba en 10, 14, 15, a estas alturas ya era todo un gladiador. Solo por haberle pegado a un tipo que intento asaltarlo. Recuerdo que aquella tarde en la que nos contó lo acontecido, nos largamos a reír felicitándolo, le regalamos una Bebida de litro para conmemorar tamaña hazaña, el, como gran gladiador nos invito a compartirla. Quizás luego de esto se fue a su casa pensando que recibir un golpe de puño a cambio de unas zapatillas no era tan malo después de todo. Quizás su primera vez fue con exceso de cerveza en el cuerpo, quizás no, solo estaba en el momento y lugar determinado y le toco hacerlo. Simplemente lo hizo y ya.

A nosotros nunca nos intentó robar algo, muy por el contrario, siempre disponía de una sonrisa y una buena talla. Cada vez que nos encontrábamos en la botillería se despedía diciendo -¿y… cuando un partido toño?- yo siempre le respondí con una sonrisa, celebrando aquella imposibilidad de la frase.

Mi madre me contó que una mañana, cuando esperaba la micro en el paradero para ir al trabajo, un tipo intento asaltarla. Ella temerosa, justo cuando se prestaba a entregarle la cartera, apareció el negro y le saco cresta y media al malhechor, que salio disparado corriendo calle abajo. Algo de sus padres tenía el negro.
Esa risa cordial, esa simpatía, para sus vecinos seguía siendo “el negrito” a pesar de que sabían en que gastaba sus horas laborales. Era una situación extraña y mas extraño suena aun pensarlo; el negro era lanza, pero de los buenos.
Entiendo que dos cosas pareciesen ser una sola… pero en el fondo, en el límite de la razón y la emoción, donde realmente habita el ser humano y el animal, aquellas cosas son diametralmente opuestas.