jueves, 16 de diciembre de 2010

II




La huella de mis patas dejan el nuevo nombre sobre mis ojos como un letrero.
Me oculto de la calle abandonado y como ella, soy de todos por estar, pero de nadie por vivir. Jamás pensé que de tal alternativa de resurrección esta fuera la misma crueldad que esperaba no presenciar.
No deseo un abrazo, eso es lo que ellos quieren, me avergüenza el impulso de querer una caricia en mi cabeza o un palmoteo en mi lomo, símbolos primitivos tan propios de la raza, escalafón de los mas bajos sin duda.
Aún estoy aturdido, veo desde la oscuridad una película sin materia. Veo sus pasos caminar agitados de colores y formas distintos. “ellos son lo que calzan, no los persigan, dejen que caminen y se sientan únicos de pensar que son diferentes” aquella misiva la leo con algo de dificultad dentro del hoyo en el que me encuentro, la dejo sobre el suelo oscuro y se pierde en la invisibilidad.
El sonido ensordecedor de las maquinas me agitan, me vuelven incomodo, siento que mis oídos danzan entre sus tubos de escape.
Mi lenguaje no lo conozco, como siempre este es innato y no me llevara tiempo acostumbrarme, mis movimientos corporales no han sido reconocidos aun. No se si estoy recostado en el suelo, apoyado con mis patas traseras, desparramado de lado o de espaldas. Por la visibilidad me doy cuenta que mi cabeza apoya el mentón en el suelo tibio de material húmedo.
Los ruidos y las pieles distintas se mantienen en un carnaval absurdo –somos distintos pero hacemos lo mismo- creo que esto será mas fácil de lo que pensé.
Al salir lentamente del lugar en el que me encuentro, la luz ácida del mediodía entra por mis ojos y parece inflar un globo hipnótico dentro de las paredes de mi cabeza, me hincho, mi piel es charqui sin brillo, un cubre mesa escolar.
Transito tímidamente sin dejar del todo mi lugar de inicio, la distancia me asegura que pueda volver de inmediato frente a cualquier imposibilidad, volteo y en aquel lugar veo una camioneta vieja de color celeste con un gigante signo estampado en su cajuela. Sin duda aquel signo representa mucho para ellos, de otra forma no tendría tal espacio privilegiado en un cuerpo plano pero real. Para ellos estos actos son de lucidez única, de orden irrestricto, un perfecto mausoleo de la voluntad masiva, así como marcan desde vacas hasta calles, de ventanas hasta territorios, creen que todo, absolutamente todo, alguna vez les puede llegar a pertenecer ya sea por acción directa o por consecuencia. marcado de óxido y fisuras graves, bajo aquel barril sin ruedas y entre el esqueleto de su parachoques distingo aún el calor, debe ser la misiva que aún no se disuelve completamente.

Camino a pequeños saltitos como quien galopa sin articulaciones, mi boca siempre abierta desengancha gotas de sudor desde mi lengua que caen desdeñadas entre mis dientes.
Miro hacia los lados y está todo igual. La caravana se ve mejor desde acá, es un cuadro permanente, sus caras son las mismas, sus expresiones son broches de velcro con censura. El avanzar dramático de las máquinas, a pesar del sonajeo estruendoso no excede magestuisidad, sus rugidos reinciden en la no-vida, en la no-expresión, en la acción sin ejercicio muscular -son materia manejable- tal cual les gusta, montar, cabalgar, manejar, ellos se agitan del otro lado de sus ojos de material translucido, numerosos a cada lado de su vientre, miran todo lo que han visto siempre y de la misma forma, bajo la misma expresión. Son ellos, como confundirlos (?).

Comienzo a sentir el calor que tiñe espejos, es un calor robusto como un abrazo de oso, no te suelta del cuello, te dificulta la respiración, siento que entre mis patas delanteras se incendia mi pecho, siento su humo danzar hacia el cabello de los árboles, es esto de nuevo. Me detengo frente a un semáforo, intento concentrarme en la dirección, si no caen misivas quiere decir que voy en la dirección correcta, el dado aún gira en mi mente, no cae ni indica cifra, baila como un trompo de acero jugueteando con la espera.
Miro hacia enfrente con sentido único, algunos de ellos esperan detenidos bajo una orden colorida que ellos mismos construyeron abogando ordenanza, de orden no saben, -el humano solo hace alarde de aquello que no tiene-. Espero que se aglutine un número considerable a cada lado de la calle, la fotografía se corta a la velocidad de las maquinas que rugen calle arriba, “manifestar cariño es vital para despertar en ellos la amabilidad, mover la cola signo y símbolo de apremio, de cariño inmediato, de felicitación gratuita, de placer bruto”.
Es la hora, pongo mis patas delanteras sobre el cemento oscuro bajo las cunetas, noto la tensión en la cara de todos, se afirman entre ellos, me gritan cosas algunos cubren sus ojos sin conseguir olvidar mi sacrificio, llega mas gente, es ahora, el calor de mi pecho se incremente en proporciones últimas, les sonrío con mi señal, los miro con cara primitiva, con seña inconfundible meneo mas la cola abanicando aire sobre mi lomo, gritan desgarrados me muestran sus palmas, chasquean sus dedos, avanzo, deposito mis patas traseras en la camilla gigante, las maquinas siguen entrecortando la señal directa, sus rugidos dejan escapar un llanto de alarma ensordecedor, un grito sin vida, un llanto sin lagrimas, un aviso, un reflejo de mula humana. Comienzo el trote sostenido que manda mi especie y cuando el fuego de mi pecho se desdibujaba del dolor siento perder mi voluntad del movimiento en manos de una de aquellas maquinas gigantes, me entrego al suspiro del viento, me balanceo en sus faldas eternas, giro mi cuello entre gritos, se desparrama mi cabellera por la imagen, se tiñen mis ojos de un llanto involuntario de sangre, mi conciencia aguanta sus murmullos y lagrimones infantiles, es la perdida, es la perdida…



Un canto armónico me masajea la espalda, me acaricia los vestigios de mi columna que logra atravesar mi inconciencia. Mi visión borrosa se mancha, se abre y se oscurece, es mi pestañeo de velocidad traumada que da aviso, veo el fondo, es mármol, lo toco con la palma de mi mano y lo acaricio -es mármol- desato una leve sonrisa de placer.
Mi pecho comienza a apretarse y mi gesto se detiene, mis movimientos son lentos, son ecos de mis deseos, mis pataleos son aplausos sin sonido, no hay percepción en ellos, no hay sentido, solo el cuerpo que se agita desesperado, grito, me siento gritar en desesperación, dos manos me toman de mi pecho y me levantan hacia el exterior, logro extraer algo de aire en el primer intento, mi tosido es vomito marítimo, es tentáculo de pulpo que se agita aún vivo y sin corazón, mis ojos cerrados reciben el relieve de un manto seco, que me acaricia el rostro con serenidad materna, distingo pequeñas manchas sobre mi cabeza, trajes blancos se pierden en el cielo sin sol, paisaje sin vértice sin diseño descifrable, vuelvo a la calma.

Descanso sentado abrazado por el lino, mi cuerpo aun mojado se estremece en tiritones, mis pestañas se pegan entre ellas, miro a todos frente a mí, son ellos los mismos, sin quitar su capucha, apoyados sobre el marco de madera blanco, sus manos atadas en un rezo, palma a palma, no permiten partículas entre ellas, ni siquiera las mas amables. Son miles, son kilómetros, no veo el infinito de cabezas que no exhiben movimiento, seso la serie de temblores internos, me dejo ir, me calmo. “no son ellos los que marchan, uno tras otro, quieren ser diferentes, no encuentran en la serenidad la calma, no la encontraran jamás como una cifra o una letra, la calma no se encuentra, se resisten a la verdad, quieren saber que sucede cuando…”
Veo que a mi lado otros cuatro tipos como yo, intentan dejar de temblar, se abrazan del lino como yo, refriegan sus pestañas viscosas como yo, escuchan al maestro que a breves metros de distancia se desliza entre palabras sin previo acuerdo, pero con total omnipotencia, ellos lo miran desde sus cabezas gachas, desde sus capuchas puras, santas, vírgenes, son cuerpos sin estornudo, sin pañal, sin bisagra de olvido ni recuerdo. Saben lo que tiene que hacer. No hay palpito que perturbe, no cae una hoja al piso ni el viento cambia de silbido para suponer un tosido de la boca de alguno, saben lo que tienen que hacer.
“hay que tener seguridad en nuestros deseos, esa palabra incolora, insabora, es el único haber, no hay otra isla vista desnuda y serena, sin pisadas en la arena, esta es la única, es lo que tenemos que hacer, háblenles de fe, de esperanza, ellos encuentran en estas palabras el reconocimiento, el lenguaje en común, la virtud espiritual, háblenles de fé que entenderán y los verán propios, creerán que les pertenecen, que hablan el mismo lenguaje de señas primates, de primates también sus movimientos, no se sienten a esperar, háblenles de fé, de paciencia inmediata, háblenles de fé”.

Ellos saben lo que deben que hacer.
Yo se lo que tengo que hacer.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

I






Soy un insecto que surca entre llamas. Tengo un mensaje tatuado en mi pecho, vuelo entre el calor devastador de lo que envuelve el destino, no lo conozco pero lo respeto como señor que es “a los señores se les respeta aún no sabiendo su nombre, el respeto, es su alimento letal”, la misiva lo dice en letras sin color, la introduzco en el baúl de aire y sobre el vuelo, el papel se hace polvo y se olvida.
No lo miro y no lo pienso, solo debo volar…
De tanto en tanto me vuelvo errático, confundible, hasta amargo,la seña de mis cejas termina por convencerme de que estoy aturdido por la falta de oxigeno, intento no pestañear, no perder el supuesto objetivo, aguantar la respiración cuando el calor se haga insufrible.
Miro la mano que a velocidad de anciano intenta cerrar la ventana, no puedo permitirlo, tengo que salir de este infierno. El bello de mis brazos se quema y un leve olor a cabello chamuscado hace patria en mi garganta.
Se estremece mi cuerpo, sangran mis ojos que ya solo distinguen sombras, soy el único que vuela hacia fuera de la pieza, me envalentona el hecho de saber que soy insecto, que no vale, no cuenta.
Cubro mi pecho con mis brazos, protejo el tesoro del fuego, se quebrarán mis extremidades, se partirán mis prejuicios, mi apellido se raspara en el suelo.
Cada centímetro, cada momento que avanzo, es como si aumentara la llama de alguna cocina, el calor se multiplica tiñendo todo nublado, manchas ruidosas hacen nudos en mi deseo mental. De corazón no deseo nada, no tengo, soy insecto, puedo quebrar una de mis piernas con la otra y la gente supondrá que es la norma de mi clasificación, clavarían luego mi pecho con la daga del tiempo, y me archivarían con signos negros sobre un plumavit, como quien conquista un país, como quien mea un árbol, como quien raya un muro.
Siento que se me acaba el entusiasmo, se me cae la quijada, se desgranan mis dedos, vuelo sin alas, solo por el peso microscópico de mi planeo, la mano extraña se acerca a la ventana, la toca, con movimientos bruscos grita un temblor pequeño, se cierra, la ventana se cierra…



Levito vacío con oratoria angelical de fondo, paredes blancas, mesa celestial, caras amables hechas a mano de expresión intacta, espaldas robustas y rectas, manos lavadas en agua ras, la hostia se desliza entre los peregrinos, cae de boca en boca, de lengua en lengua, aquella hostia negra hierve en la porosidad del músculo húmedo y el paladar pedigüeño, burbujea con el ácido de la saliva, sus ojos profundos, vacíos, ya no importan en color ni en forma cuando no son para ver. Algunos no los tienen y abren sus manos para atrapar alguna luz.
El techo se pierde, se nubla, se amasa de vitrales impetuosos, autógrafo de algún artista bélico disfrazado de conejo. Soy el hijo, el padre, sudo en medio de la fila, comienzo a sudar agua del lago Pellaifa que arma un paisaje en mi espalda, la fila avanza hacia el sacerdote que porta listas interminables de aquellas hostias musgosas. Paso tras paso, paso tras paso, sudo con mayor énfasis y no logro disimulo. Cuando ya frente al maestro -Jesús de noche- veo su mano aproximarse a mi mentón cerrado, un nudo en mi garganta hace su cama, me atrapa, no tengo miedo, no tengo hora ni calendario, mis pies como mis manos también son celestes, mi túnica blanca pierde relieve con las paredes que no recuerdo.
Veo la materia viscosa con alarde de gloria, como si aquel acto de devoción fuera la misma resurrección que no me importa mas que el hambre, que la hostia en mi lengua haciéndose saliva en mis mejillas.



-Estoy maldito-me digo mientras descanso de la fila y camino hacia mi puesto en las bancas de madera blanca, madera como nunca vi, solo veo las espaldas bien terminadas, las túnicas armando una capucha sobre el cabellos de todos aquellos, mirando hacia el frente al sacerdote. Un breve pestañear me transporta, escucho las palabras perdidas entre sus kilómetros de eco “amarlos, lo que buscan es amar, palabra apostrofe de un disfraz melancólico, todos quieren morir, todos quieren morir, permitámosle el beneficio, de ver que sucede cuando…” siento el calor de la ostia en mi garganta, atrapando la corriente que choca con una piedra, se traba en ella, hace presión contra las paredes de mi pecho… mi pecho, recuerdo lo que amé, lo que tuve, por lo que di mi vida, mi pecho, que no siento bajo la tunica, mi frente se arruga, mis ojos se abren, el nudo en mi garganta se desdobla en la humedad de mis parpados, que sueltan una gota del caudal… “no podemos hacer otra cosa que servir al padre, un hijo sin padre no es hijo, un hombre sin esclavo no merece, ni debe estar de pie, hay que comer en la cama, hay que dormir en la mesa, ofrecerle bocados seductores, taparlos de mantas finas, calzarles cuero de cocodrilo, masajes de chamanes tintos, bebida de tinta de lápiz, de sangre de perro, del perro que reconoce al amo, el hijo solo debe morir si es en manos de su padre, majestuoso acto sin precedente ni lengua posterior, palabra única para la vida eterna, quieren saber lo que sucede cuando…”Mis ojos se nublan al sentir el calor, lo evidencio cuando noto que un par de gotas verdosas manchan el suelo, pongo mi mano izquierda sobre mi pecho y lo amaso en un gesto profundo, entrañable, como una madre que reconoce al hijo que nunca verá.
Soy el mismo, soy el que fui, con el mensaje en mi pecho di mi primera vida y nací como insecto, ahora lo recuerdo, cuando sin cerebro reconocí que ese no era yo, que esas patas no eran mías, que esas alas eran de mazapán, que esos ojos eran de canica.
“llegará el día, en que alguno de ustedes logre al fin y al cabo, entregar el mensaje, decirles que la muerte se toma en copa de vino, que olviden su pasado, que entreguen su vida al destino de nuestros pechos, pero para eso, ellos deben morir, es lo que quieren, saber lo que sucede cuando…”
Siento el palpitar de mi pecho que creí vacío, mis manos se hinchan, me espalda suda, ese palpitar no es mío, alguien desea hablar a través de mi corteza vital, siento que mi vida se escapa del enjambre popular, de la marcha sin pregunta, es una crisis, la siento, me lo dijo mi abuelo antes de morir, me dijo que esto ocurriría, la crisis…

Miro mi mano hinchada, mis uñas moradas, mis venas queriendo arrancarme la carne atornillada al palo, la volteo y mi palma quemada dibuja la hostia que logré arrancar del transe prometido. Tengo que aguantar de pie, perderme en los vitrales, concentrarme en el punto fijo y no dejar que un perro me ladre, nadie me mira, seco mi sudor con la manga de la sotana, sudor verde, masajeo mi pecho con la mano libre, guardo mi mano quemada en el fondo de la sabana. Miro esa secuencia de hombros idénticos, imagino que lloro de alegría, corro lejos de aquellos hombros y dibujo en ellos un monte que me enseñan a reprimir el canto, lloro a mares por las cunetas, me esconderé hasta siempre, viviré como un ermitaño de mi conciencia, feliz me perderé en el lugar mas lejano, viviré como el fugitivo de la razón. Partiré de cero, haré una civilización de mis dientes, soldados de mis uñas, viviré solo los mismos días de siempre, pero libre, sin sotana, desnudo me lanzaré al mar, viviré en el si es necesario, hasta que alguien llegue a buscarme. He decidido enfrentarlos.
Si alguien debe morir en manos de mi secreto, si a alguien debo abrazar con mi pecho para hacerlo olvido, prefiero que aquel sea yo.
“Nos ponemos de pie, va a hablar el gran padre.”

miércoles, 24 de noviembre de 2010

POSMORTEM


Hoy vi en medio del noticiero de Chilevisión, el anuncio de “Post Mortem”, película del chileno Pablo Larraín y único filme latinoamericano en competencia en el Festival de Venecia, elogiada el domingo por la exigente crítica de La Mostra que se quedó encantada con la visión de Larraín del golpe de estado de Pinochet de 1973. (http://www.otrastardes.com/2010/09/06/post-mortem-del-chileno-pablo-larrain-fue-elogiada-por-la-critica-en-venecia/)

En el noticiero invitaban al telespectador a ingresar a la pagina web www.posmortemlapelicula.cl y ver los testimonios sobre el golpe de estado, de algunos rostros conocidos de la fama criolla. Con sorpresa me encuentro con una campaña publicitaria bien realizada (poca pero sobria, con mucha mas RRPP, como lo amerita una película que sin duda habla sola en festivales y premiaciones). Entre sus actividades, está el espacio abierto al publico para relatar testimonios bajo el ¿Qué estabas haciendo el 11/09/1973?. Me entretuve con los microcuentos, muchos de ellos sorprendentes a pesar del poco novedoso punto de concurrencia.

Cuando estaba decidido a seguir leyendo hasta la mas minima historia, me encuentro con otro segmento de la campaña bajo la frase: ¿Qué es para tí el 11/09/1973?. Tras ella, como era esperado, algunos significados mas emocionales que racionales pero comprensibles, advirtiendo el tema de la película. Mágicamente, noto que los últimos comentarios (imagino que hechos luego de aquel momento tras el noticiero) son de tono distinto, muchos mas racionales, sembrando la patria y la honorable fuerza armada, que marxista, que leninista, que comunista, que asqueroso, etc. claro, no solo la gente de izquierda ve el noticiario.

Pero ¿Qué hacia esa gente aquel día que no recuerda momentos, solo justificaciones patrióticas al golpe de estado? Nadie de derecha cuenta que hizo ese día del golpe de estado, no quieren recordar como estallaron en dicha y alegría por aquella acción militar, como aplaudieron la matanza que ahora ven y que intentan minimizar por impulso. Por nausea, por cosquilleo, le llaman exceso, intervención… pero saben que está ahí, como una piedra molesta en el zapato, como una mosca en la sopa. Será que aplaudieron la matanza aquel día (¿?). saben que éticamente esta mal no sensibilizarse por una matanza tal, pero genuinamente ¿Habrá paso para el animal que busca poder tras sangre?... tal parece que rozan el filo...el filo de lo humano, el filo de la empatía... Los mismos que ahora pusieron su pie en la página, su marca, llenando aquel espacio que no toleran ver tan continuado y acompañado, tan numeroso – no vaya a pensar el mundo que eso es Chile- comentarios idénticos, carentes de vivencias, de testimonios, de saludos, de recuerdos melancólicos por aquel día, comentario siempre encarnado en tintes honorables y patrióticos. Patrióticos. P.
No me pude contener, fue puro impulso:


Es claro que para quienes comprenden el honor militar, el 11 de septiembre es un día de gloria. El significado de patria tiene tintes distintos, la palabra “pueblo” o “popular” es sin duda peyorativa, deben tener bien claro quienes les sirven para ver si finalmente son “dignos” de integrar aquella “patria”, que al parecer es solo suya y de los suyos.
La palabra “igualdad” es absolutamente subjetiva, y la fuerza es mas factible que la razón cuando alguien quiere “imponer” aquella visión distinta de la realidad, aunque sea democráticamente (democrático es antónimo de autoritario), y cuando alguien les contrapregunta se largan en descalificativos como quien aprieta una longaniza haciendo saltar el aceite que la contenía, justificando lo que sea en manos del “honor a la patria”, frase clave, comodín de tanquetas, justificación de matanzas, chiste de la empatía que se necesita para entender a una madre que no verá mas a su hijo producto de esa fecha, padre que no llega a la casa, hijo que no saluda mas. Buscar su felicidad sabiendo que el mundo feliz no existe, que la alegría para unos es el llanto para otros. La risa frente al dolor ajeno, carcajada de pensar que la vida es un insecticida que mancha destinos de insectos, que son iguales a ellos. Si somos insectos tendremos que comer juntos de esta mierda para siempre.
No se trata de olvido o perdón, es algo que esta lejos del honor y de la patria, radica mas cerca del sujeto, el que vive al lado de otro, el vecino que conoce, el baile que se baila y no se escucha, la mano que se estrecha y no la que palmotea, la bandera en el techo de la casa y no en el apellido de la casta. Conversación, dialogo, monologo, quizás es solo cosa de conceptos.

martes, 23 de noviembre de 2010

LO MISMO NO ES LO MISMO.


Dos cosas distintas pueden parecer los mismo. Dos asuntos diametralmente opuestos se toman la mano y hasta se besan (descarados) a los ojos de la crítica, para mezclar matices intentando obviar detalles pequeños, que cambian un desenlace, un sentido, minúsculo acorde que cambia una canción completa.

Yo pensé eso aquella mañana cuando fui a comprar una bebida donde “el cana”.
No hay mañana nueva, no hay mañana distinta, hay mañana hermosa de sol, mañana triste de lluvia. La única forma de darle movilidad a una mañana es la intención. Yo, enamorado, veo la belleza en la mañana nublada, la grúa del recuerdo me toma y me lleva a aquellas mañanas en las que el 18 de septiembre siempre era propiedad de las nubes. Pero había una belleza en él, en su olor a carbón, en los aguinaldos balanceándose por el viento, en los volantines pintando de colores el cielo, que el sol pasaba a ser un simple detalle.
Una mañana como aquellas trajo a la mesa la muerte de mi abuela. No hay mañana mas dolorosa que aquella, en la que vez llorar a tu madre. Las madres no debieran llorar jamás, por decreto de ley, debieran estar siempre prestas y dispuestas a la felicidad desmesurada y contagiosa.

Dos mañanas nubladas parecen ser lo mismo, pero son dos asuntos completamente distintos.

Iba balanceando la botella retornable, continuando con ella coreográficamente mi caminar. Avanzaba sin fruncir el seño, sin acusar sol de mañana, encontrando a mi paso solo manos viejas y mirada cansada pero con sonrisa. Gesto lento de edad, como quien no puede hacer más que sonreírle a la vida que lo desgasta. Los jóvenes, aquellos que gozan los viernes, solo pueden ver noche un día sábado por la mañana. Yo en cambio me había dormido exhausto la noche anterior, luego de aquel desgastante día de cine y largo caminar junto a mi polola.
Cuando me detuve frente a la calle de la botillería, dos autos de carabineros, de esos bajos y sin protección en las ventanas, cortan mi caminar a velocidad media, avanzan como tiburones sangrientos, con música de película y propósitos pesimistas. Así atraviesan deteniendo el tiempo entre sus breves miradas y la mía, que parece comenzar a acusar aquel sol que no existe.
Cruzo la calle luego, cuando la vida vuelve a tomar su ritmo y saludo a la tía, la señora del Cana, que al parecer no quiso llegar tan temprano a atender su negocio. Mientras le paso la botella vacía, le pido una Kem piña y volteo rápidamente para ver hacia donde se dirigían los casa fantasmas. – se llevaron al negro ayer en la noche- me dice mientras escribe sobre una boleta. yo me quedo pensando luego de escuchar sus breves palabras, vuelvo a voltear y aquellas patentes parecen haberse llevado mis ojos.
El negro no era un tipo mas. No era de aquellos que se sientan en medio de la sala, porque a su colegio no iba con uniforme. Desde comienzos de año que asistía a un establecimiento en Padre Hurtado, villa rural y escondida a un costado del Camino Melipilla, a no mas de treinta minutos de “Los Héroes”, nuestras calles. Ahí el tipo buscaba a sus veinte años terminar el colegio, al igual que muchos, empujados hacia el fondo de la sala por su poca aplicación a los estudios. A muchos de ellos realmente les costaba y recorrían en un tur eterno gran parte de los colegios de Santiago, así terminaban lo mas lejos posible de su punto de partida, de la ilusión de sus padres, muchos de ellos inexistentes.

La gran mayoría de estos tipos adoraba la desobediencia como un manual aprendido en casa, como un ritual que se hereda, como sus barrios y sus caras.

Muchos docentes e inspectores podrían encontrar en ellos, si buscaban una explicación razonable a su comportamiento. Por lo general aquella explicación era la misma que les daban en cada colegio que decidía expulsarlos a mitad de año, ya no hay nada mas que hacer, caso perdido.
Pero el negro no era un tipo mas, el negro no era como ellos. Sus padres eran feriantes de toda la vida, comenzaron con un puesto de cilantro, oréganos y ajo, terminaron siendo el puesto mas grande de frutas y verduras, las mejores, las mas frescas, incomparables con cualquier otra aunque de similares características, no era eso lo que atraía a su fiel clientela. A los tíos se les conocía desde siempre, su esfuerzo, su humildad, sus ganas de empujar el carro, eran los primeros en levantar el puesto los días miércoles y domingos, llueve, truene, o relampaguee, los últimos en retirarse dejando su lugar estrictamente limpio, sin denotar rastro de la fruta que durante toda la mañana y parte de la tarde se vendía como pan caliente.
Con divertidas rutinas de humor calido y necesario, alegraban la compra de sus caseros. Siempre les daba lo mejor, con una sonrisa y de la mejor forma posible. Representaban quizás de manera excesiva la bondad de la clase trabajadora, la que dicta el texto, la original, la que muy pocos se dignan a ser.
Si hubiera un manual de cómo representarla con dignidad e hidalguía de seguro debiera fundarse en su historia. Si hubiera un manual de cómo hacer del trabajo algo digno, su hijo no lo habría leído.

Conocí al negro hace muchos años, poco tiempo después de haber llegado a esta villa, cuando se instalaron aquellas casas rojas de dos pisos, “invadiendo” según muchos de mis vecinos, la tranquilidad de nuestro lugar.
Esa llegada fue extraña, a pesar de llevar tan solo un par de años, nos sentíamos propietarios absolutos de aquella isla tan lejana a santiago, separada por un mar que ellos veían pero que no existía, desanimados hasta la rabia al ver que alguna constructora desidia obligarnos a recibir compañía.

Para nosotros era distinto; era la oportunidad de conocer gente nueva, caras nuevas, que bien podrían ser mujeres, y mas aun guapas.
Al comienzo recorrimos sus calles jóvenes, de cuneta fresca y paso de cebra marcado, así como ellos recorrían las nuestras para ellos también, la primera novedad.
Si bien nuestra villa tenía tres canchas de babyfutbol, muy bien cuidadas, apostadas a un costado del canal, no había cancha como la de la Villa Pratt.

Era una cancha de proporciones gigantes, del mismo material con el que se cubren los hoyos en las calles viejas (algunas nuevas pero mal hechas). En aquel remoto espacio se desataban los mas apasionantes partidos, equiparando la mas alta competencia, con una selección de “lo que hubiese”. Siempre había espacio para todos dentro de los partidos, a ratos daba la sanación de que todo quien pasara de por casualidad al lado de la cancha se iba sumando, sin inconveniente alguno hacia el lado que el quisiera jugar. Una de esas veces jugo el Pepito, un niño de 18 años con síndrome de down, que alcanzo a defender en un par de ocasiones nuestro arco, su madre un poco arisca en un comienzo terminó por dejarlo jugar con nosotros, al ver que no había mas que fútbol en esa cancha. Pepito fue gran estrella en aquellos partidos, si gigante humanidad le permitía estirar sus brazos de gorila a distancias insospechadas para atajar un balón. Fue así hasta que se le ocurrió azotarle la cabeza a un rival, con un palo mojado, luego de que este le hiciera un gol, quizás fue nuestra responsabilidad avisarle que un gol es algo cotidiano en un partido y no un fracaso. Pero es que estaba tan poco acostumbrado a ellos, nuestro equipo era un dream team, rara vez teníamos que remontar algún marcador, casi siempre era un verdadero paseo. Menos esa tarde, cuando un equipo de aquellas casas rojas decidió quitarnos el trofeo. No volví a ver a Pepito por el barrio.
Uno de los jugadores de aquel osado equipo, nuestro mas férreo rival era el negro. Cuando ya pesábamos un kilo de partidos y revanchas entre ambos equipos, terminamos llegando juntos a la cancha, no separábamos durante el partido para luego llegar todos a la misma plaza a comentar el encuentro. Con el correr del tiempo, si bien no nos hicimos amigos, éramos compañeros de barrio o “de colegio” como decía el.
Cada día que pasaba nuestro saludo se hacia mas breve, resultado de aquellos caminos que se separan sobre la marcha, toman riendas distintas, otras arterias, pero sus historias se seguían escuchando, recorriendo las calles y los carretes de barrio. Pintando sus hazañas y aventuras callejeras, de esas que se comentan junto a las cervezas y cigarros compartidos. De esas que se convierten en mitos a penas nacen, por que ya no le pegó a un tipo, con el pasar del tiempo aquella cifra se multiplicaba, se trasformaba en 10, 14, 15, a estas alturas ya era todo un gladiador. Solo por haberle pegado a un tipo que intento asaltarlo. Recuerdo que aquella tarde en la que nos contó lo acontecido, nos largamos a reír felicitándolo, le regalamos una Bebida de litro para conmemorar tamaña hazaña, el, como gran gladiador nos invito a compartirla. Quizás luego de esto se fue a su casa pensando que recibir un golpe de puño a cambio de unas zapatillas no era tan malo después de todo. Quizás su primera vez fue con exceso de cerveza en el cuerpo, quizás no, solo estaba en el momento y lugar determinado y le toco hacerlo. Simplemente lo hizo y ya.

A nosotros nunca nos intentó robar algo, muy por el contrario, siempre disponía de una sonrisa y una buena talla. Cada vez que nos encontrábamos en la botillería se despedía diciendo -¿y… cuando un partido toño?- yo siempre le respondí con una sonrisa, celebrando aquella imposibilidad de la frase.

Mi madre me contó que una mañana, cuando esperaba la micro en el paradero para ir al trabajo, un tipo intento asaltarla. Ella temerosa, justo cuando se prestaba a entregarle la cartera, apareció el negro y le saco cresta y media al malhechor, que salio disparado corriendo calle abajo. Algo de sus padres tenía el negro.
Esa risa cordial, esa simpatía, para sus vecinos seguía siendo “el negrito” a pesar de que sabían en que gastaba sus horas laborales. Era una situación extraña y mas extraño suena aun pensarlo; el negro era lanza, pero de los buenos.
Entiendo que dos cosas pareciesen ser una sola… pero en el fondo, en el límite de la razón y la emoción, donde realmente habita el ser humano y el animal, aquellas cosas son diametralmente opuestas.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El tren que quiera



Me subiré al tren que quiera.
Me levantaré en la mañana justo cuando silbe el despertador, no tendré que apagarlo porque lo habré detenido apenas suene. Entraré a la ducha de inmediato por que el calefont va a estar encendido, frotaré mi cara como nunca, sacaré con jabón todo rastro de vida anterior y el agua caerá rendida de vapor placentero, me llevará solo breves minutos todo aquello. La vestimenta será un detalle menor, saltaré sobre ella como un conejo, bajaré la escalera con decisión, comeré de todo y beberé té con leche caliente sin haber prendido la televisión ni la radio. Caminaré hacia el perchero, tomaré una chaqueta, una sola, la primera que vea, llevaré mis documentos, mi dinero, un poco de él, quizás todo que igualmente no es mucho y dejaré que la puerta se cierre sola de un portazo. Caminaré sin bulla pero a velocidad pagada por la calle, luego la vereda, sin encontrar voz conocida ni rostro por reconocer, llegaré al paradero y no esperaré por que la micro llegará justo, como si lo hubiésemos acordado antes con el chofer, lo saludaré “buenos días”, no esperaré lo mismo de su parte y entraré con fuerza, con decisión, no me moveré un pelo de la línea recta aunque la micro intente subir un edificio. Voy derecho, asiento, ventana, mirar fuera, pero dentro de la cabeza siempre, no dejaré que nada más entre. Solo la línea recta, larga e infinita, recorreré calles nuevas en el viaje de siempre, árboles verdes en ciruelos viejos, bajaré en la Estación Central, pasaré frente a la pileta pero no la miraré esta vez, atravesaré el portón abierto sonarán mis talones en el mármol, caminaré a ritmo continuado, sin reflejo en el suelo, directo y entre la gente, no me detendré ante nadie, si hay que hacer fila para comprar un boleto lo haré, pero sobre la marcha, quizás en el mismo puesto y aunque no me mueva un centímetro, aunque una anciana sorda esté antes que yo comprando su ticket y el tipo le esté tratando de hablar tras el espejo de la boletería, no me sudará la paciencia y caminaré sobre la marcha, mi turno: monedas paso, boleto recibo, gracias, no espero lo mismo de su parte. Seguiré, atravesaré la entrada a la estación, caminaré derecho a ritmo sostenido por que el tren me estará esperando, pasaré mi boleto, subiré un par de escaleras, me dirigiré hacia mi lugar asignado, no miraré la felpa azul del asiento, ni me detendré en el tipo gordo sentado a mi lado que ocupa su asiento completo y parte del mío, por que no habrá tal tipo, por que voy a ritmo sostenido, me sentaré y miraré en la ventana mi reflejo, el sol comenzará a dibujar mi rostro en ella, veré mi mentón mi nariz mis ojos, mi pelo, abrazados por árboles, techos rojizos, espuma de ciudad que marcha y se queda.
Me subiré al tren que quiera, en la dirección que me plazca, con plazo indefinido.

Mañana intentaré dormir del otro lado, a ver si logro conciliar el sueño de una vez por todas y antes de que suene el despertador.

martes, 9 de noviembre de 2010

Rap del de siempre




Levantó la ceja cuando supo de la elección. Por vocación habrá llegado al lugar buscando un sueldo sin dirección, en una ocasión tomó el remo y remó, en otra se sentó a entablar relación, clavar la acción al merito, lo que bien hizo a una tabla.
Palabra que no miró al que llamaba por apellido primero Abarca, por alfabeto, no se ordena por familia en el establo, la mesa se llena de objetos y no de alimentos de abecedario.
Siguió el camino a bostezo por el desierto y sin chaleco, mira su mano y la palma tallada por un trueno, sus ojos también ladran, canciones de marinero, lo ajeno lo supo siempre, sería lo bueno. Lo nuestro es sangre muerta, lengua amorfa, los que pierden siempre, los que se lamentan, marcado por la ira bendita del que le dio comida de ideología, ahora lo mira y se mira en la ventana, no habrá lluvia mas colorida.
Los años le dan la hamaca pa sentar su pelo sin tomar silla, se esconde de las preguntas luego las piensa bien respondidas; Anónimo será un abrazo, manilla de paso en la escalera empinada, mañana será otro día, para el de nuevo no habrá nada.

Atún o Jurel




De un momento a otro se vio lata.
Lata, de atún, o de jurel, lata.
Se vio abierto, pensó en lo mucho que se mantuvo lleno
Lleno de atún o jurel,
Desde su fecha de emisión casi un año.
No quería llegar a su fecha de vencimiento sin haber sido abierto
Ser vencido, es el denigro máximo en la escala de vida, de decencia
Cuando ya parámetro moral no había, ético… no había.
Risa profunda en el perecible que se despide de la mano tomona
Se cierra la puerta y en el fondo de la obscuridad,
Verá como se abre una y otra vez el cielo, el paraíso
y se cierra, se abre y se cierra,
Unos llegan, otros se despiden
ser vencido es el denigro último
Para una lata de atún o jurel.
Ya abierto, desenlatado sobre la mesa,
Se sintió bien, sin atún o jurel dentro, bien…
Sin sello, sin fecha relevante
Solo residuo aceitoso, viscoso, maloliente
Rostro del atún o del jurel que hubo dentro,
Bien.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El Santa Lucía


Hoy pasé por fuera del cerro santa lucia.
Antes habitado por homosexuales y sexuales de todo tipo,
luego pusieron vigilancia, solo quedaron los mas sexuales,
luego aumentaron la vigilancia, solo subían cogoteros,
ahora aumentaron considerablemente la vigilancia y fue lo peor que pudieron hacer, porque solo sube la “gente” y los turistas. Ya todo se fue a la mierda.

viernes, 29 de octubre de 2010

La lluvia


Creis que llueva?
-No creo, en la tele dijeron que se iba a despejar.
-Pero a veces los gueones no le achuntan-
-Si la gueá es re simple, en el verano hace calor en el invierno llueve, lo demás son puras pescadas.

Eran casi las seis de la tarde, y ni siquiera un poco de frío atormentaba con perturbar nuestra concentración en los espacios vacios. El pancho andaba con una polera sin mangas recortada y la Adidas roja del coto tenía algunas manchas cerca del cuello, era una mancha blanca que perfectamente podría ser residuo de un escupitajo o pasta de dientes que con el apuro y la poca cautela se muestra algo esquiva.

Ferro estaba silencioso, de tranquilidad lenta, de esa que estira los días que bien podrían pasar rápidamente y sin extrañarlos luego. El poco aire tibio que se deslizaba tranquilamente por la arenilla, propinaban una sensación de vacío algo extraña, como de estar flotando. Antes de salir de mi casa, afortunadamente había hecho caso a las palabras de mi madre y recogí el polerón azul con gorro, pero su utilidad producto de las necesidades próximas me habían obligado a utilizarlo de asiento sobre el pasto largo y amarillento de aquella plaza sin fin. El pancho tenia la bebida entre sus piernas y miraba hacia la calle, como esperando que saliera el próximo show desde el escenario, en cualquiera de las casas rojas de dos pisos que se arrumbaban idénticas frente a la plaza del ferrocarril. tenía ilusión de ver algo distinto, de esperar que el rollo monoescénico de nuestra pelicula se cortara al fin o simplemente se doblara, en un movimiento brusco que hiciera la diferencia entre un día y el otro. Mientras tanto, pequeñas conversaciones se tejían entre nuestras zapatillas, lentas, como los días, de baluarte paciencia como quien espera el único eclipse de su vida. Aquello pasaba cada media hora, cuando alguna señora salía con una bolsa de pan o algún niño corría rumbo a la cancha de la Villa Prats. Nosotros, estacionados, parecíamos apernados en la lentitud de aquella tarde avejentada, nosotros únicos, en tono magenta esperábamos que el cometa pasara, a veces pasaban solo las horas o días, quizás semanas, y todo seguía siendo igual frente a nuestros ojos. Un niño corría perdiéndose en la esquina, un perro le ladraba al viento, su único amo y compañero. Al rato me percaté de que el pancho introducía su dedo pulgar en la boca de la botella, emitiendo sonidos como de aquellas veces en las que mi papá destapaba las botellas de champagne en año nuevo.
-No le hagai esa guea poh.
-¿Que cosa?
-Eso, meterle el dedo a la botella, quizás donde metiste ese dedo antes.

Pensaba qué cosa nos podría salvar del aburrimiento. La tarde se presentaba larga y como buen sábado, solo las ansias de noche saciaban la espera de estar permanentemente quietos, viendo como pasaba un auto con su motor difónico, su capó de mitad rojo y mitad amarillo invierno, con ventanas traseras de nailon.
-¿y si vamos donde los cabros?
-¿Que cabros?
-Explícate poh gueon, si cabros hay en todas partes
-El Monchi y esos gueones.
-¿Queris ir al canal?
-¿no te contaron la que hacen últimamente?
-No, yo ni hablo con ese culeado, es un viejo enfermo que siempre se rodea con puros cabros chicos, esa guea me da lata.
- la otra vez me lo topé en la esquina y me dijo que habían encontrado dos cubos de Plumavit como de uno por un metro, así grandes.
-Ya ¿Y?
-Y se tiran por el canal, pah abajo, la otra vez casi llegaron al tranque del potrero, pero ahí el camino se hacía mas complicado, por que habían perros y gatos muertos y un olor a mierda que te pega un combo en el hocico-
-¿Pero cómo?, no te cacho como la hacen-
-Vamos a ver poh gueon- Dice el coto poniéndose de pie, como si algo le hubiese picado el trasero. El pancho, motivado excesivamente al saber que había obtenido quórum a sus dichos, se levanta ofreciéndome su mano para ponerme de pie. Encontraba asqueroso eso de los perros y gatos muertos, pero mi principal limitante era aquel miedo que tenía a las ratas desde pequeño, las sentía correr por las noches, cuando en la casa de mi abuela el sueño no me alcanzaba a tiempo. Recuerdo aquellos días en los que por alguna razón extraña, comencé a sentir miedo en las noches. Aquellas veces estaba convencido de que la única forma que podría impedir que las ratas me comieran, era durmiendo antes de las doce de la noche. Después debía estar alerta en caso de algún ataque, por lo general esperaba al asesino cubierto por las sabanas, eran estas mi escudo protector.

Los tres caminamos por ferrocarril hacia el potrero, el coto me pasa la bebida que ya le quedaba poco menos de la mitad, y mientras me la empinaba miraba aquellas pequeñas nubes grises que se desplazaban en cámara lenta hacia el oeste. El pancho iba pateando una lata de bebida achurruscada, arrastrándola y enviando pases al vacio para el próximo jugador que era el mismo. Llegando a la pasada hacia la Villa El Abrazo el pancho se empina el último concho de bebida, aquel que con mas baba que refresco, se instalaba en mis mas fuertes convicciones del asco. La mayoría opta por botar el ultimo resto, pero el pancho estaba siempre ahí, a la fila, esperando el último sorbo y sin importar las muecas de repugnancia que hacían los demás al ver esta manía de mi amigo, pero mas preocupado me tenían las ratas, el coto parecía extasiado saltando sobre las bancas, simulando una avioneta, y chiflando de manera profunda hacia el potrero, se perdía a ras de suelo.

Al llegar al gran muro que dividía nuestra villa del potrero, nos dirigimos hace una esquina en donde había un hoyo perfecto, por donde se podía pasar hacia el otro lado. Atravesamos el muro sin mayor cuidado, como luchador de boxeo, primero una de mis piernas, luego la mitad de mi cuerpo junto a mi cabeza, para seguir con la otra extremidad, al atravesar aquella dimensión el calor era distinto, levanto la cabeza y miro hacia el fondo que inmenso en su lugar era el único residuo de lo que un día fue nuestra villa, una solitaria isla entre el campo y sus aromas, ahora lo que quedaba de él, era tan solo lo que prometía ser en un futuro no muy lejano, algún paradero de micro o presa de alguna constructora ávida de montar villas de casas idénticas, que es en lo que se vuelven por el destino, aquellos espacios verdes desocupados, pero poco valorados.
Para mí aquel espacio verde era genial. En las fiestas patrias se llenaba de volantines y cometas, durante el año, se armaban feroces partidos de futbol en aquella cancha inmensa, quizás la única cancha de pasto que a pesar de sus arcos de madera, no le envidiaba en porte a ninguna cancha privada. En el fondo, los eucaliptos gigantes se abrazaban separando aquel “potrero” de la parcela privada, la única que iba quedando dado que el dueño se rehusaba a venderla al municipio, para seguir construyendo casas.
El cielo ennegrecido se escondía tras los gigantes que rígidos parecían un ejército bien formado, repartiendo con cada abrazo cantidades infinitas de sus frutos aromáticos frente a los azotes de la urbanidad. ¿Cuántos abrazos alcanzarían a dar, antes de que todo esto desaparezca?
Cuando el pancho atraviesa el muro con gran escándalo lanza la botella de vidrio lejos, la cual luego de volar unos metros cae en picada reventándose sobre una piedra.

-¡¡Oye cuidaaaado que los vai a despertar!!-
Miramos hacia un costado del muro, y una niña con chalas rosadas que atrapaban sus pies pequeños cubiertos de tierra, cuidaba una caja de zapatos blanca tapada con un trapo viejo. Nos acercamos curiosos hacia el evento, yo solo rezaba por que no fuera una rata o un gato muerto o algo así. Nunca comprendí aquella afición de algunos por ver cuerpos desarmados de perros o gatos atropellados, característica de la cual se hacía acreedor el coto ya que su papá tenía una carnicería, insistía en describir cada parte del animal o cada residuo de este difunto, según decía él, de manera “perfecta”.

-¿tenis un perro muerto?- preguntó el coto con gran interés asomando su cabeza, pero no lograba ver nada.

- pero no gritiiis que se asuuuustan- la niña algo molesta por la bulla de mis amigos, descubrió una parte de la caja dejando a la luz al menos ocho gatos pequeños, que para mi eran casi fetos, pero según el pancho tenían al menos una semana de vida.
Estábamos en eso cuando escuchamos un chiflido, el coto se levanta tambaleante, chiflando casi al lado de la niña, acto que por poco le cuesta la vida, salvándose de la patada en la canilla que le había lanzado sin mayor éxito la “pendeja culiá”, como le responde mi amigo con total indiferencia y caminando hacia el canal, nosotros lo seguimos desatando una risotada que parecía no hacerle cosquillas al involucrado.
-¡cacha el chiri!-
- ¿que guea está haciendo ese?
- no cacho, está el Monchi también, no veo quien mas-
Al acercarnos distingo al Chiri que esta estrujando sus pantalones, su cabellera rubia empapada despegaba gotas hacia el suelo, como si explotara en agua cada vez que se sacudía, al levantar su cara lo veo tentado de risa y acercándose a nosotros.
-Me caí al canal chuchetumare- dice motivando un par de risotadas huecas del pancho.
-¿ te tiraste un Piquero al canal culeado?
- nooo, si perdí en batalla, me gano el Monchi-
-¿y adonde están los cabros?
-En el club- nos señala hacia el canal, mientras sigue estrujando su ropa merito de quien cae al agua tras un golpe certero del contendor.

Seguimos el camino hacia el club bordeando los sauces que entrampaban el rio, contorneaban su figura estilizándolo, agregándole toques tristes de un verde musgo que ocultaba el cuerpo café de su profundidad barrosa. Encontramos un espacio entre dos matorrales, como un hoyo negro a través del cual desciende sin miedo el pancho, enseguida me asomo por la cavidad para poder ver hacia el otro lado, que tan lejos estaba el canal de aquel pasadizo, pero no se ve mucho, solo las zapatillas del pancho y este que saluda al Monchi, a su lado hay cerca de siete tipos mas, que se ríen y gritan cuando llega el Chiri por el otro lado del canal, trato de ver si algún ratón seguiría mis pasos, en ese momento el coto me empuja por el trasero, haciendo que casi caiga al canal de sopetón.
-Puta saco gueaaaa, casi me caigo al canal-
-Pero pah que soy tan miedoso-
-Cállate culiao, te voy a empujar a voh, pah ver si te gusta caerte sobre la caca-
-¿cabros quien pelea ahora?- El Monchi portaba una rama gigante, que casi lo doblaba en tamaño. Este tipo tenía 19 años por lo que había oído, era alto y panzón pero no gordo, caminaba arrastrando las zapatillas, ese ruido era el terror de los niños chicos, que asustados por los cuentos que el coto, principalmente se encargaba de divulgar sobre él, corrían hacia sus casa cada vez que escuchaban el “shhh shhh”, de su caminar. Pero no era lo que mas temían de él; su cabellera larga casi hasta los hombros, tapaban sus ojos como esos perros con chasquilla, dejando entrever una nariz prominente y rojiza como de borracho de cantina, aun así, el tipo era un pan de dios. Nunca lo vi tomar ni fumar, andaba principalmente solo, con unos pantalones anchos Adidas azules con blanco (ya parecía plomo), que no se cambiaba desde la navidad del año pasado.
Mientras lo saludaba y me presentaban al resto del grupo, el chiri y el pancho pasan a una especie de lagunilla que se formaba al otro lado del canal y antes de llegar a la liena del tren, se subían a las jorobas de unas rocas que parecían el lomo perfecto de algún monstruo sereno, acomodándose en equilibrio y sujetados por el coto que les hablaba como explicándole las reglas. El chiri y su melena rubia, no hacían mas que darle una apariencia de niñito cuico pero hiperactivo, de la primera característica no era propietario, en absoluto, era mas pobre que todos juntos. Decían que su papá era milico cuando aún caminaba, y que tenía un cajón de balas de metralletas en su patio. La metralleta descansaba bajo su almohada sagradamente todas las noches.

El pancho sujetado firme por una rama gorda, conseguía afianzarse en las rocas, todo este tipo de pruebas para mi amigo eran un manjar, ya mencionaba su similitud a algún niño de la selva. Cinco tipos se ponían alrededor de la lagunilla, el Pato, un cabro de no más de trece años, con esa cara de pobre con rabia, se subía a la copa de un sauce pequeño casi de un salto, tirándole escupos al chiri a lo que este le respondía con un golpe de rama en su espalda. Sin anunciar la partida el chiri empuja al pancho con su palo alargado, pero mi amigo se agacha tras recibir el golpe y casi sin hacer ademanes de aquella agresión desleal, se restablece en posición, como diciendo “aquí no ha pasado nada”.

El pancho flecta sus rodillas como surfeando, esquivando los ramazos del chiri, que mas pequeño, lanzaba golpeas al aire endemoniado. Cuando el pancho hace un movimiento como preparando un golpe con su rama letal, el chiri se le adelanta y le golpea la rodilla, pero el pancho levanta su pierna logrando sostenerse solo con la otra y enterrando su palo en el barro, al mismo tiempo en que el chiri intentaba golpearle la otra pierna con la rama, repite el movimiento pero con su otra extremidad por lo que el golpe choca de lleno con el palo que pancho había enterrado en el barro como una extremidad mas. El golpe remeció el cuerpo de pollo mojado del chiri, haciéndolo tambalear por unos segundos, y cayendo de espaldas al barro de aquella laguna. El pancho acababa de ganar la batalla sin muchos peros. Con una habilidad incuestionable había derrotado a su adversario si siquiera propinarle un golpe, el pollo se ahogo solo, con sus aleteos de hiperactivo. En la selva gana el más vivo, eso del más fuerte da para justificaciones absurdas de malos perdedores. Todos se largan a gritar aplaudiendo, el coto ayudando a salir al pancho de aquel mini-pantano, lo abraza como felicitándolo por la proeza, por otro lado el Pato, ayudaba a levantarse al chiri con una rama dado que confianza en el canal, no había que tenerle a nadie y cualquier paso en falso, o descuido era causa potencial de un eventual empujón.

De un momento a otro y dejando atrás la primera prueba para ingresar a la tribu, todos comienzan a correr junto al cauce del canal, saltando de un lado a otro de su forma (esta no tenía más de dos metro de ancho) emitiendo gritos y chillidos selváticos. Comienzo a correr mirando hacia los lados procurando siempre no tropezar con alguna rata o perro muerto, cuando de un salto el Monchi se encarama en un árbol alto y de gran copa. Mientras este se perdía entre las ramas, veía que el pato y los demás, esperaban algo, como haciéndole indicaciones.
-los plumavit -, dice el pancho casi poniendo sus ojos blancos y su boca abierta como pescado, alucinado completamente con la escena. Al cabo de unos segundos, todos se hacen a un lado y tras un breve silencio, un cubo de plumavit gigante cae rebotando como un dado levantando una polvareda y todos se abalanzan sobre él para que no cayese al canal.
-¡cuidado que ahí va el otro!- le oigo decir al Monchi, que como sansón, envía el otro plumavit mas hacia el potrero, para que no ocurriera un percance con los que estaban sobre el primer cubo. Era un buen tipo, se preocupaba por los demás, de alguna u otra forma siempre sentí que los miedos que el provocaba eran injustificados o solo radicaban en su apariencia, no en su actuar.
Cuando cae el segundo plumavit todos se lanzan ahora sobre él, pero solo el pancho logra sacudirlo de un lado a otro, botando a los demás palitroques que buscaban hacerse acreedores de aquella manzana madura de gigante tamaño. Al rato el Monchi salta del árbol, y comienza a hablar con el pancho agitándole los brazos. Mi amigo le sonríe y levanta la plumavit con sus dos brazos por sobre su cabeza, caminando hacia el canal, en el otro “dado gigante” había otro tipo moreno de grandes cejas que nunca había visto.
-¿quién es ese gueon que va con la otra plumavit? Le pregunto al coto, mientras este sonreía observando la escena.
-es el Pinky, le dicen así por que cuando se altera le da la locura, creo que el loco le pegó un camotazo al negro, un cabro del silo, y lo dejo vegetal, no sé si es verdad pero de que el gueon es raro, es raro.
Según mi impresión era un tipo normal, solo que sus cejas eran notoriamente gigantes, era un poco mas alto que yo y delgado, andaba con unos short fucsias, y sus rodillas parecían tatuadas con barro.
-¿oe toño, no le queris aplicar antes que yo? – me dice el pancho, a lo que respondo con una negativa, pero me acerco mas a la escena para tantear terreno, quizás en la próxima vuelta subía.
-deja cachar la movida primero, voh te hay subido antes, yo no poh gueon- le digo instándolo a proceder, pero mi amigo ya estaba presto a lanzarse sobre la plumavit.
Dos tipos por cada lado, sujetaban el cubo mientras el pancho se abrochaba sus zapatillas para prevenir cualquier evento desagradable, aunque para él, todo lo que tuviera que ver con algún canal y esas cosas, eran tremendamente bienvenidas. El pancho corre a los dos tipos que estaban de su lado sujetando la plumavit y se encarama sobre el cubo, el cual se balancea como barco pirata. Por un momento pensé que se caería, pero se agarró fieramente con sus garras de animal en el cubo y quedo ahí, de lo mas instalado, cruzó sus piernas a lo indio y le dijo a los tipos que lo soltaran, así se fue canal abajo a una velocidad considerable. Comenzamos a correr a su lado con el coto, pero en momentos la velocidad del plumavit se hacía imposible de igualar por nuestras capacidades.

Mi amigo iba gritando como loco, se escuchaba el eco de sus aullidos cuando entra a un túnel formado por sauces y arbustos ladeados, como chupados por la atracción del canal. Ahí no pudimos seguirlo porque el espacio entre el borde y los árboles era mínimo, y con el coto nos quedamos mirando, solo escuchábamos los gritos del pancho que se perdían entre las ramas. A los segundos y mientras tratábamos de ver a lo lejos a nuestro amigo, pasa otra plumavit con el Pinky arriba, a nuestras espaldas todos los demás nos pasan corriendo.
-¡Por fuera gueon, vayan por fuera! - dice el Monchi, por lo que nos unimos a su peregrinación de éxtasis y gritos. El túnel comenzaba a hacerse menos oscuro y se veía pasar entre las ramas al pancho y al Pinky con las plumavits juntas, disminuyendo la velocidad. Por un momento se estancan como en una mini cascada, y el pancho salta de un brinco del cubo blanco mientras los demás trataban de sacarla del agua. Por otro lado, un salto en falso del Pinky casi le cuesta la vida, si no fuese por otro tipo que lo alcanza a sostener de la polera.
El pancho se acerca a nosotros, de manera gloriosa e impecable, sin una gota de agua descompuesta en su ropa, diciéndome:
-ya, te toca gueon-
-Si se, ahora me tiro, si ya le pille la maña- le dije comprendiendo que la cosa era mantenerse lo mas quieto posible, para que el cubo no se balanceara.
-Gueon es fácil, voh coto, también tenis que hacerla, en el otro plumavit.
El coto completamente extasiado por la situación, decide ir en el otro plumavit con aquella cuota de seguridad injustificada, tan frágil como su vulnerabilidad a aquellos desafíos que lo ponían en peligro, el sabia que bien en el fondo no le encantaba la idea de hacerlo, sentía que podía caer y ser el hazme reír de todos los cabros, pero con sus pequeñas risas burlescas les hacía comprender a todos que no había problema, que estaba todo bien.

Esta vez el coto y yo cargábamos un cubo por el lado seco, el otro lo llevaba el Pinky. Tras nosotros los cabros chiflaban canal arriba mirando hacia el lugar en donde estábamos anteriormente, y unos niños en bicicleta salían del potrero acelerando asustados. Cuando llegamos a la boca del canal, que era como una entrada gigantesca de los dos sauces mas grandes de su cauce, junto con el coto dejamos el cubo sobre el canal, y lo afirmamos con una rama trabándolo por su parte inferior. Lo mismo hace el Pinky y otro tipo más adelante.
-Yo voy en el de atrás- dice el coto. Lo notaba un poco asustado, su máscara casi que se le caía, por lo que me dio pena y accedí a ir de los primeros.
-Oye gueon, esa es buena idea, trancarlos abajo con un palo atravesado gueon, así no tienen que estar quince gueones afirmando la guea para subir- Dice el Monchi como felicitándonos por la idea reveladora, que era realmente básica.
Comencé a sentir que sería aún mas difícil subir sin que otros tipos sujetaran el plumavit, por lo que le dije al pancho que hiciera presión por el otro lado con un palo, a lo que el accedió saltando el cauce del canal de inmediato. El coto, atrás, miraba atento cada paso que daba, bien sabia que pocos se caen del plumavit, pero que habían posibilidades ciertas de que esto ocurriera, sobre todo con aquellos que suban por primera vez como era nuestro caso, sentía sus suplicas internas para que me cayera al canal, así las posibilidades de que fallara él producto de la infame mala suerte, serian menores.
-¡ahora gueon, salta ahora!- me dice el pancho señalándome con su mano el cubo gigante.
Decido no tomar vuelo para no caer, y cuando puse un pie sobre el plumavit, este se volcó sobre si eje cayendo por la otra cara al canal, y mi pierna que quedaba en el aire cae también, pero logro afirmarme de un árbol por lo que solo una zapatilla sale herida en tal maniobra errática. Al detenerme en la orilla, miro mi pie que agarraba un tono café, ni quise imaginar que podría quedar atascado dentro de mis calcetas, pero era una posibilidad no menor.
Tras de mí, el coto se reía como hiena y hacia burlas agitando las risotadas de los demás. Sin esperar más y sobre el mismo acto, salté sobre la plumavit y el pancho se echa hacia atrás sorprendido, el cubo se vaivenea un momento, intenté calmarme para encontrar el punto de equilibrio, logré sentarme sobre mis piernas y afirmarme de los extremos del plumavit, maniobra que me salva de un segundo intento fallido. Aquel momento que para mi fue eterno, fueron solo segundos que se montaban entre ellos en el reloj, acelerados, como si estuvieran atrasados. Sobre ellos el cubo comienza a carraspear frente a la rama que lo sostenía, como un toro salvaje que busca salir disparado tras la puerta.
Las risas se transforman en aplausos, y mi pantalón de buzo comenzaba a mojarse por mi zapatilla que había entrado en contacto al menos un par de segundos con el agua podrida del canal.

Intenté sentarme “a lo indicito” pero temiendo que este se volcara mantuve mi posición que no era del todo incomoda. Veía al pancho que corría como venado junto a mi trayectoria, y me gritaba “bueeena gueoooon, boniiita”, solo miraba hacia adelante para evitar movimientos torpes que me desestabilizaran, al rato escuchó unas risotadas y oigo al pancho gritar hacia atrás “¡se cayó por saco gueaaa!”. Supe que el coto se había caído en su primer intento, y me sentí seguro de mi maniobra. Al otro lado del canal veía los autos que pasaba a 100 km/hrs, por el Camino Melipilla, y por el otro, el pancho que se quedaba atrás, justo cuando comenzaba a entrar al túnel de sauces.
Agaché mi cabeza y me sujeté con fuerza de las esquinas del cubo, pequeños golpes de luz golpean mi cara, inmersa en la oscuridad del túnel en donde ya nada dependía de mi.

De pronto y gracias a los pequeños rayos de luz que iluminaban por trazos, siento pequeños pasitos por las orillas del canal, por un momento vi a algo parecido a un gato, saltar despavorido de un lado del canal al otro y meterse por una cueva, ¡era un guaren gigante!, por lo que mi frente comenzó a sudar y cerré los ojos. Cuando sentí la luz entrar por las cavidades del túnel que cada vez se hacían más grandes, me percaté de que la velocidad que había alcanzado era mucha, por lo que no me atrevía a sujetarme de las ramas de arriba para no quedar colgando de ellas o en el peor de los casos caer de sopetón en el cauce de lo inimaginable. A un lado el pancho me gritaba “¡¡freeena gueooooon, freeeenaaaaaaaaaaaaa!!”, pero estaba estancado por la presencia de los ratones y aquel guaren gigantesco que había saltado de un lado a otro con tal fluidez como solo el pancho podía.

Al salir del túnel y al llegar a la cascada me sujeté con fuerza, tras ver aquellas ramas que detenían las plumavits. El ancho del canal se reducía, por lo que me comencé a golpear con las orillas de manera no intencionada y en reiteradas ocasiones. Pero mi cubo iba con tal fuerza que choco con aquel montón de desperdicios y los sumergió de un golpe, el choque me sacudió y cuando casi me preparaba para saltar hacia un borde con el cubo andando, me percato de que todos chiflan y gritan tras de mí, entre ellos el pancho que soltaba carcajadas y chillidos diciendo: “¡buenaaa toño culeadooo!”. La velocidad disminuyó, y de apoco comencé a ver que la gente que esperaba la luz verde en el semáforo del Camino Melipilla mi miraba sorprendida. el pancho me alcanzó con su carrera de niño selvático, miré hacia el lado y me sentí mas seguro que nunca, el pancho ya no me gritaba, solo me hablaba dándome indicaciones para seguir el viaje, atrás venían todos corriendo y siento nuevamente carcajadas y chiflidos, el pancho se larga reír, y el ancho del canal se extiende al menos un metro mas, por lo que mi plumavit comienza a girar lentamente, permitiéndome mirar, como el coto intentaba salir del canal, y su plumavit que seguía flotando varios metros tras de mí.
-se cayó el coto culeado, puta que es gueon- se calló dos veces. Ese ya no va por otra-
-¿cachaste gueon? Agarré caleta de vuelo… vi un guaren gigante en el túnel-
-Si lo vi, parecía gato la mierda esa, oye gueon, te las mandaste, como chucha pasaste la barrera de ramas, pensé que las habiai saltado-
-no sé qué chucha… me afirmé no mas, y ya estaba del otro lado-
Al rato la velocidad de mi cubo disminuye, y el pancho con su rama me atrae hacia una orilla, los demás se veían como puntos pequeños agitándose y bailando a lo lejos y bajo los chillidos continuos, dándole un tono de ceremonia de alguna tribu indígena. Vi que podía seguir el viaje, quizás hasta donde, me imagine que podría llegar fácilmente hasta el potrero privado del Huaso que le disparo al tipo el año pasado, cuando intentaba sacar manzanas.
-hasta acá no mas gueon, porque tu sabís que viene después, y soy muy joven y rico como pa que me peguen un tiro-
-si se, ahora el medio rally pah devolverse-
Salgo con cuidado del cubo, y el pancho lo sube a la superficie, mire hacia el lado opuesto al Camino Melipilla, y me percaté que estábamos en el final del camino, justo metros antes de los eucaliptos gigantes que dividían el potrero nuestro, de la propiedad privada del viejo vaquero. Tengo breves recuerdos entrañables de haber llegado hasta ese lugar con mi papá, acompañados de un carrete de madera y un volantín multicolor. Mientras caminábamos junto a mi amigo hacia el grupo, mi memoria repasa aquel día, en que estábamos tomando once en mi casa, con mis padres y mi hermano pequeño viendo la televisión, cuando pasan la noticia de que en los héroes habían baleado a un tipo de 17 años, que había entrado en la parcela de un viejo que cosechaba frutas.
Recuerdo que aquella vez me sentí contento de que nombraran a “los héroes en televisión”, pero mi padre se ocupo de borrar aquel orgullo, sermoneándome sobre no pasar a las propiedades ajenas, porque dentro de ellas, los tipos podían dispararle a cualquiera.

Cuando comenzábamos a llegar donde los cabros, y tragándome la historia completa de mi periplo por las aguas del canal por parte del peor contador que historias que existe en la tierra, veo que el coto está estrujando su polera y los demás tipos se fumaban un cigarro bajo la casa club, que en el fondo no era casa, sino mas bien un árbol con ramas florecidas, en las que cada uno podía ocupar un puesto. Veo que el Monchi habla con una señora y una mina, de veinte años mas o menos, media punk pero bastante aceptable, de unos ojos azules poco vistos por mis barrios. Al acercarnos todos me felicitan, menos el coto que estaba de espaldas, estrujando su polera que no paraba de botar agua.
-Éste, este gueon batalló con su hijo tía, ¿cierto pancho?- le dice el Monchi a la señora, de la cual solo salieron carcajadas, mirando a mi malogrado amigo, que lanzaba la plumavit por los aires.
-¿Así que tu le ganaste al Chiri? Le dice la señora, con un tono burlesco, mirando con cara de perro muerto al chiri que solo balanceaba su frente hacia el piso, estrujando lo que quedaba de agua de sus pantalones.
El pancho sonrojándose asiente esperando, pienso, un insulto por parte de la madre del chiri, pero nada, solo se ríe y escucha como el Monchi le cuenta la historia de la batalla.
-y este cabro de acá, pasó la barra, la saltó, yo no vi muy bien pero los cabros dicen que voló sobre la barrera y cayó al otro lado, y que llego hasta la parcela del vaquero ¿cierto toño?-
-siiii igual fue peluda la cosa, pero no es difícil, si no tiene mucha ciencia, es afirmarse bien no mas y gritar canal abajo, nada mas- la tipa que venía junto a la mamá del chiri, me mira diciéndome:
-¿Y yo me puedo subir?
-no sé, no te lo recomiendo, te podis caer-
-ese gueon se cayó recién, ese que esta a guata pelá- dice el pancho apuntando al coto, que no volteaba ni para saludar.
-¡ya, voy!, tú que le pegai a la cosa, ayúdame- Dice la tipa caminando hacia el comienzo del canal, yo cargo mi plumavit y la sigo. Todos murmullan pero no se atreven a decir nada, creo que es la cuñada del chiri, la polola del hermano y ese gueon si que es complicado.
La mina es atractiva, de pelo teñido colorín, sus facciones son armoniosas y su pinta que si bien es de punky, no es menos coqueta, con una mini de jeans, y unas pantis negras rajadas bajo éstas.

Todos se acercan a mi alrededor sin decir una palabra, yo solo instalaba la plumavit, de la manera mas segura posible para que la tipa no se cayera como le había sucedido a mi amigo coto. Salto hacia el otro lado del canal, para afirmar el cubo con el palo y miro la cara de expectación de todos que no soltaban ni un murmullo, solo las risas mínimas y contenidas además de algunos comentarios de la mamá del chiri; “y esta gueona después le da besos a mi hijo, pasada a guaren” o “¡agárrate gueona cochina!”, lo que le daba un aspecto bien chocante a la escena, media incomoda. Me imaginaba a mi mamá ahí, en este lugar, frente al canal y sus guarenes, frente a todos los desperdicios de Maipú mirando como su cuñada, la futura esposa de su hijo quizás, nadie sabe, se lanzaba sobre un plumavit por el canal.
Cuando casi tenia listo el cubo y las ramas sujetándolo, me volteo para buscar alguna otra rama que pudieran contener mejor la plumavit, pero siento un grito medio atarazando de una mujer que brinca a mis espaldas sobre el cubo estacionado, pero al voltear solo veo al cubo volar por el aire para caer sobre la orilla, a los pies de los espectadores y solo las Converse negras de la tipa que se sumergió de cabeza en el agua, aleteando como un ganso sin cabeza, por lo que todos se aproximaron para ayudarla a salir, la tipa con los ojos cerrados y tosiendo, intenta salir entre llantos e insultos, cuando veo que todos están pasmados frente a lo ocurrido, tratando de sacar fotos memorables de los mejores ángulos posibles. Por mi parte veo que su falda esta por el cuello, y que sus calzones estaban corridos. Pude conocer hasta el patio de la casa y sin haber sido invitado al cumpleaños. Por el otro lado, los demás parecían un grupo de sapos bordeando algún lago, solo faltaban los “guerec” y dicho cuadro ya se daba por hecho. La tipa sale llorando acomodándose la falda y la ropa interior, el chiri la afirma poniéndole su brazo alrededor de la cintura, la mamá del pelirrubio, se larga del lugar lanzando risotadas junto a la pareja, y todos nos quedamos atónitos, en silencio, mirando la escena y sin saber que decir.
-¿viste…lo… la viste?- dice el Monchi al Pinky que no lograba despegar una palabra de su boca.
-Si le vi todo gueon, pero el toño tubo su platea gueon, tiene que haberle visto hasta el alma.
Todos me miraban esperando una respuesta, yo los miraba si encontrar alguna palabra justa o comentario acorde a la ocasión, solo atiné a encogerme de hombros y a comenzar la retirada del lugar de los hechos, sin hacer ni un breve comentario.
-Puta este culiao, primera vez que viene, se pega el mejor salto de la historia en el canal, y más en sima le cuartea la mina al hermano del chiri, dos gueas que todos quieren hacer pero que nadie ha salido ileso para contarlo- dice el Monchi lanzando un escupo al suelo, medio enojado y desilusionado, a lo que todos contestamos con una risotada conjunta.


A nuestras espaldas el cielo comenzaba a cerrarse, los sauces comenzaban a llorar con el poco viento que corría desatando su pena que nadie ha logrado descifrar, pero de la cual nadie duda. Los árboles gigantes se despedían a lo lejos, con sus corazones de eucaliptus que caían veloces al suelo. Al rato, pequeñas gotas caen del cielo limpiando nuestras ropas descompuestas, mojando nuestra cabellera sana, todos comenzamos a correr en direcciones distintas huyendo de la lluvia que se avecinaba, algunos hacia el galpón, el Monchi, el coto, el pancho y yo, hacia nuestra villa.

La tarde comenzaba a tomar el curso normal de un sábado a esa hora, de lentitud intransable, de temperatura neutra, de calma continuada. El color magenta del ambiente pasaba a grisáceo, los verdes son mas oscuros, los techos son mas negros, la lluvia como la sal acentúa los tonos. Los hace intensos, les da algo de vida algo de casualidad, algo de improvisación, como si el reloj detenido por esa voluntad que existe pero que nadie ve, comenzara a avanzar en ritmo vivo, a paso danzante. Hay ruido sobre el zinc de los techos, Las gotas caen como burbuja de oxigeno tiñendo la piel de elefante y en la calle solitaria solo se escuchan nuestros pasos al correr, en correr nos perdemos por los pasajes, en correr desaparecemos.
Tal parece que la lluvia nos sorprendió a todos.

domingo, 17 de octubre de 2010

Sebastián Piñera, nuevo presidente de Chile


Son las 10:00 de la noche y facebook parece un tipo obeso al que su camisa le queda pequeña, es de suponer que los botones estallen sobre la pantalla, algunos llegando a la cara, otros caen por la pieza, y uno no sabe si responder, si insultar, si omitir, si eliminar. Yo sigo apretando inicio a cada momento, casi cada 10 segundos. Muchas celebraciones, otros lamentos, pero cada comentario no hace más que reforzar lo que con anterioridad suponía. Este gueon es facho, siempre lo supe, es un marica que no tiene idea de donde queda el culo y donde la boca. Vomita acido por que no sabe hacer otra cosa que hablar sobre los demás y en voz alta. Los demás no saben si interceptarlo en su conversación monolítica, o dejarlo que vomite junto a la cuneta de las alevosías. Sigo apretando inicio para ver si me puedo colgar de algún insulto. Me siento ridículo, no sé si el ciberespacio se ha vuelto parte de mi piel, pero es el único lugar en donde se puede discutir, en donde convergen los que celebran y los que se lamentan, se arman dos frentes, pero revueltos entre “todos tus amigos”.
“Mi Chile pobre, cuantas veces más tendremos que equivocarnos…”
Siento rabia, un puñado de links se derrama por la pantalla, que Piñera llorando para que extraditaran al Pinocho, que Piñera bailando en “el hormiguero”, que el mercurio recién publica los 20 aciertos de la concertación en estos 20 años, ¿y qué puedo hacer? Si todo resulta tan obvio ahora. Piñera gano por casi un 3%, que debo creer, ¿que la riqueza se ha repartido mejor y las prioridades han cambiado?
La pantalla se estanca por un momento. Me siento incomodo, ansioso, empujo el teclado sobre mis piernas y bajo a buscar un vaso de algo, agua o bebida, supongo. Antes de llegar a la pieza nuevamente y sentarme frente al PC, ya he tragado de un sorbo el jugo de piña. Dejo el vaso al lado del parlante derecho, a un costado de la ventana, que entre abierta no sé si me propina más calor o en definitiva algo de viento. La cierro.
Definitivamente era viento. La abro.
La pantalla sigue igual. Reinicio el PC.
Decido bajar a ver televisión. Ojala saltarme toda la cadena nacional y sus conteos del 40% de los centros de votación restantes. Me saltaría sus lectores de noticias que hoy pseudo animadores se embarcan en fantasiosas preguntas que ya no valen de nada. Es obvio que el comando de Frei no sabe donde meterse. los que quedan de dicho comando concertacionista, aquellos que no entendieron que estaban provocando mas nauseas que empatía. El otro bando confirma lo que suponía. Piñera tendrá más lugares en donde sembrar su risa infante. Su comando sueña despierto repartiéndose los ministerios. Que en eso de las repartijas, ya tienen saberes.
No hay nadie en el living, el televisor esta prendido en TVN, y Marco Henríquez Ominami propone un nuevo partido, o una nueva partida en rigor. En qué momento un cantante de rock pudo equiparar fuerzas con la coalición más exitosa de la política chilena. Me choca su cara, me choca sus fosas nasales tapadas, me chocan sus orificios blancos y suspiros gangosos drogados de sinusitis. Comienzo a pasar de canal en canal, marcando el signo mas del control remoto. Desde el 27 en adelante comienza una cuenta rapidísima, donde casi no puedo ver ni definir que veo. Suelto el botón. Me abro en alucinaciones del cinemax. Charlie y la fábrica de chocolates. Comienza a invadirme las ganas intocables de que el chocolate Wonka salga a la venta, y si así fuera, que tan rico sería. ¿Como el trencito?¿como el sannenus?. La niña ambiciosa se convierte en arándano, crece como una bola morada, gigante, como un globo, comienza a elevarse por el cielo, casi tocando el techo. La madre la mira con desesperación, con esa cara que ya había visto en zoolander. Sonrió por un momento. Lanzo mi cabeza hacia atrás del sillón. Froto mi cara. Miro el techo por unos segundos. Dejo de escuchar a Soledad Onetto al fin. Nadie más hablara de las votaciones como presentando a un artista en el festival de viña. Dejare de tener ganas de irme del país en una nave espacial.
Está claro que a este gueon lo favoreció haber dicho que voto por el “no” en el plebiscito del “89”.
Está claro, aunque todo su partido no responda si voto de la misma forma. Es que esta nueva derecha nuevamente quiere hacerse hamacas de perlas, y levanta su puño derecho por la calle casi tan genuina como aquellos que lo hicieron con la mano adversa. El presidente de RN es tan liberal que se concilia en el opus dai. Asco, hay asco en todos lados, en los dos frentes, por la ventana me da asco mirar a mi vecino e imaginar que voto por Piñera. Asco tienen ellos de reírse en la cara de Frei que quería repetirse el plato. Pero eso de que “tal palo tal astilla” es una soberana estupidez.
Vamos a ver, que pasara por mi chile pobre de aquí en más. Muchos dicen que en marzo llegan las deudas. Me anoto.
Seré perezoso y veré como la repartija de ministerios se reparten entre empresarios y chicago boys exitosos, legalmente exitosos.

Y para mi parece tan obvio el error, odio el resentimiento, y que piensen eso sobre mí. Creí haber aprendido la lección, ellos tienen razones como las nuestras para desterrar el odio, pero ahora todo me da igual, se que en el fondo de mi sosiego, pienso que ellos reclaman cosas materiales que perdieron, y quieren olvidar el pasado, por que en 20 años ya lo han recuperado. Nuestro frente reclama vidas, vecinos, padres, hijos, primos, amigos, compañeros de universidad, pero en estos 20 años no han recuperado nada, ni lo harán en 100 años más tampoco. Resulta tan obvio. Obviedad completa su celebración, obviedad completa nuestro lamento.
No me duele que ellos estén celebrando en el Crown Plaza (y si acaso saben llegar), me duele que mis vecinos hayan votado por la “alternancia”, lo mismo que pidió mi gente durante casi 150 años, y los callaron de la forma que todos sabemos, ahora ellos piden alternancia, y algunos vecinos se cuelgan de la frescura de sus palabras, ahora un 40% cena lechuga a la carta, en la misma mesa con algunos muertos de hambre, les dan lechuga en la boca, ellos tragan, maravillados, con las mejillas coloradas, y parece que Longueira es un tío de párvulo. Ahora en la misma mesa, ahora que nos ayudaron, ahora que nos otorgaron el derecho de decir “que somos al fin mayoría”. Y yo miro por mi pasaje y veo las mismas casas, en la calle los mismos autos, las mismas grietas, los mismos negocios, los mismos niños que hace 20 años. ¿Qué ha cambiado para que mi vecino cambiara su voto? quizás sea eso, que nada ha cambiado.
Pero… ¿Esperaba algo distinto? Si el nuevo presidente de la Republica de Chile encarna la figura típica del chileno del 2000. El tipo que tararea en ingles para que lo escuchen, el que cree que le cae bien a todo el mundo sobre todo a sus vecinos, el que no pide disculpas ni permiso, el que gano las Malvinas, el que tuvo su pasado hippy pero sin bajar de plaza Italia, y lo dice con orgullo, como si andar a pata pelada por el pasto de Manquehue haya sido lo mismo que caminar a pie descalzo por el cemento de Santiago. El que castiga el machismo porque en Europa lo están castigando, pero el lo sigue siendo. El que cree que los chilenos somos buenos para la pelota, porque siempre lo hemos sido.
El que cree que todo pasado fue mejor. Mejor…
El no se identificara con los pobres y hablara de “ellos” y no de “nosotros” si sale el tema en la mesa, el cree que el que es pobre es flojo, tiene lepra y sida. El cree que Chile es bonito por sus paisajes del sur, pero no tiene pico idea de que lo realmente hermoso es que en esas tierras alguna vez estuvo el albergue seguro de nuestro origen, no tiene pico idea que los mapuches viven y que no comen caca y no violan guaguas, como les contaron en su colegio. No tienen pico idea que cada vez que el bosteza empuja con su brazo la cabeza de un mapuche que busca una oportunidad entre la civilización… como si nos debieran algo.
El no toma, el “bebe”, aun que “beba” litros del vino mas barato y en caja. El quiere ser siempre, pero que nadie le pregunte “que” realmente es. Pero no vale la pena preguntarse porque, me lo dijo mi bisabuela antes de morir “mihijito, deje de preguntarse tanto las cosas, si al final lo único que va a conseguir es volverse loco”, después de todo…quizás tenga razón, quizás no sirva de nada preguntarse las cosas y haya que irle adelante como le van los toros en la fiesta de San Fermín.
Para qué… Si al fin y al cabo la memoria es un mal chiste. Como contarle a ella que finalmente me terminé por volver loco y que me río de los que ven con normalidad su pasividad en un mundo que asquea, en la vida de mierda… de otra forma ¿cómo se explica que un país pobre vote como rico?
La memoria es un mal chiste o quizás es un chiste genial, pero pesimamente contado.-