jueves, 16 de diciembre de 2010

II




La huella de mis patas dejan el nuevo nombre sobre mis ojos como un letrero.
Me oculto de la calle abandonado y como ella, soy de todos por estar, pero de nadie por vivir. Jamás pensé que de tal alternativa de resurrección esta fuera la misma crueldad que esperaba no presenciar.
No deseo un abrazo, eso es lo que ellos quieren, me avergüenza el impulso de querer una caricia en mi cabeza o un palmoteo en mi lomo, símbolos primitivos tan propios de la raza, escalafón de los mas bajos sin duda.
Aún estoy aturdido, veo desde la oscuridad una película sin materia. Veo sus pasos caminar agitados de colores y formas distintos. “ellos son lo que calzan, no los persigan, dejen que caminen y se sientan únicos de pensar que son diferentes” aquella misiva la leo con algo de dificultad dentro del hoyo en el que me encuentro, la dejo sobre el suelo oscuro y se pierde en la invisibilidad.
El sonido ensordecedor de las maquinas me agitan, me vuelven incomodo, siento que mis oídos danzan entre sus tubos de escape.
Mi lenguaje no lo conozco, como siempre este es innato y no me llevara tiempo acostumbrarme, mis movimientos corporales no han sido reconocidos aun. No se si estoy recostado en el suelo, apoyado con mis patas traseras, desparramado de lado o de espaldas. Por la visibilidad me doy cuenta que mi cabeza apoya el mentón en el suelo tibio de material húmedo.
Los ruidos y las pieles distintas se mantienen en un carnaval absurdo –somos distintos pero hacemos lo mismo- creo que esto será mas fácil de lo que pensé.
Al salir lentamente del lugar en el que me encuentro, la luz ácida del mediodía entra por mis ojos y parece inflar un globo hipnótico dentro de las paredes de mi cabeza, me hincho, mi piel es charqui sin brillo, un cubre mesa escolar.
Transito tímidamente sin dejar del todo mi lugar de inicio, la distancia me asegura que pueda volver de inmediato frente a cualquier imposibilidad, volteo y en aquel lugar veo una camioneta vieja de color celeste con un gigante signo estampado en su cajuela. Sin duda aquel signo representa mucho para ellos, de otra forma no tendría tal espacio privilegiado en un cuerpo plano pero real. Para ellos estos actos son de lucidez única, de orden irrestricto, un perfecto mausoleo de la voluntad masiva, así como marcan desde vacas hasta calles, de ventanas hasta territorios, creen que todo, absolutamente todo, alguna vez les puede llegar a pertenecer ya sea por acción directa o por consecuencia. marcado de óxido y fisuras graves, bajo aquel barril sin ruedas y entre el esqueleto de su parachoques distingo aún el calor, debe ser la misiva que aún no se disuelve completamente.

Camino a pequeños saltitos como quien galopa sin articulaciones, mi boca siempre abierta desengancha gotas de sudor desde mi lengua que caen desdeñadas entre mis dientes.
Miro hacia los lados y está todo igual. La caravana se ve mejor desde acá, es un cuadro permanente, sus caras son las mismas, sus expresiones son broches de velcro con censura. El avanzar dramático de las máquinas, a pesar del sonajeo estruendoso no excede magestuisidad, sus rugidos reinciden en la no-vida, en la no-expresión, en la acción sin ejercicio muscular -son materia manejable- tal cual les gusta, montar, cabalgar, manejar, ellos se agitan del otro lado de sus ojos de material translucido, numerosos a cada lado de su vientre, miran todo lo que han visto siempre y de la misma forma, bajo la misma expresión. Son ellos, como confundirlos (?).

Comienzo a sentir el calor que tiñe espejos, es un calor robusto como un abrazo de oso, no te suelta del cuello, te dificulta la respiración, siento que entre mis patas delanteras se incendia mi pecho, siento su humo danzar hacia el cabello de los árboles, es esto de nuevo. Me detengo frente a un semáforo, intento concentrarme en la dirección, si no caen misivas quiere decir que voy en la dirección correcta, el dado aún gira en mi mente, no cae ni indica cifra, baila como un trompo de acero jugueteando con la espera.
Miro hacia enfrente con sentido único, algunos de ellos esperan detenidos bajo una orden colorida que ellos mismos construyeron abogando ordenanza, de orden no saben, -el humano solo hace alarde de aquello que no tiene-. Espero que se aglutine un número considerable a cada lado de la calle, la fotografía se corta a la velocidad de las maquinas que rugen calle arriba, “manifestar cariño es vital para despertar en ellos la amabilidad, mover la cola signo y símbolo de apremio, de cariño inmediato, de felicitación gratuita, de placer bruto”.
Es la hora, pongo mis patas delanteras sobre el cemento oscuro bajo las cunetas, noto la tensión en la cara de todos, se afirman entre ellos, me gritan cosas algunos cubren sus ojos sin conseguir olvidar mi sacrificio, llega mas gente, es ahora, el calor de mi pecho se incremente en proporciones últimas, les sonrío con mi señal, los miro con cara primitiva, con seña inconfundible meneo mas la cola abanicando aire sobre mi lomo, gritan desgarrados me muestran sus palmas, chasquean sus dedos, avanzo, deposito mis patas traseras en la camilla gigante, las maquinas siguen entrecortando la señal directa, sus rugidos dejan escapar un llanto de alarma ensordecedor, un grito sin vida, un llanto sin lagrimas, un aviso, un reflejo de mula humana. Comienzo el trote sostenido que manda mi especie y cuando el fuego de mi pecho se desdibujaba del dolor siento perder mi voluntad del movimiento en manos de una de aquellas maquinas gigantes, me entrego al suspiro del viento, me balanceo en sus faldas eternas, giro mi cuello entre gritos, se desparrama mi cabellera por la imagen, se tiñen mis ojos de un llanto involuntario de sangre, mi conciencia aguanta sus murmullos y lagrimones infantiles, es la perdida, es la perdida…



Un canto armónico me masajea la espalda, me acaricia los vestigios de mi columna que logra atravesar mi inconciencia. Mi visión borrosa se mancha, se abre y se oscurece, es mi pestañeo de velocidad traumada que da aviso, veo el fondo, es mármol, lo toco con la palma de mi mano y lo acaricio -es mármol- desato una leve sonrisa de placer.
Mi pecho comienza a apretarse y mi gesto se detiene, mis movimientos son lentos, son ecos de mis deseos, mis pataleos son aplausos sin sonido, no hay percepción en ellos, no hay sentido, solo el cuerpo que se agita desesperado, grito, me siento gritar en desesperación, dos manos me toman de mi pecho y me levantan hacia el exterior, logro extraer algo de aire en el primer intento, mi tosido es vomito marítimo, es tentáculo de pulpo que se agita aún vivo y sin corazón, mis ojos cerrados reciben el relieve de un manto seco, que me acaricia el rostro con serenidad materna, distingo pequeñas manchas sobre mi cabeza, trajes blancos se pierden en el cielo sin sol, paisaje sin vértice sin diseño descifrable, vuelvo a la calma.

Descanso sentado abrazado por el lino, mi cuerpo aun mojado se estremece en tiritones, mis pestañas se pegan entre ellas, miro a todos frente a mí, son ellos los mismos, sin quitar su capucha, apoyados sobre el marco de madera blanco, sus manos atadas en un rezo, palma a palma, no permiten partículas entre ellas, ni siquiera las mas amables. Son miles, son kilómetros, no veo el infinito de cabezas que no exhiben movimiento, seso la serie de temblores internos, me dejo ir, me calmo. “no son ellos los que marchan, uno tras otro, quieren ser diferentes, no encuentran en la serenidad la calma, no la encontraran jamás como una cifra o una letra, la calma no se encuentra, se resisten a la verdad, quieren saber que sucede cuando…”
Veo que a mi lado otros cuatro tipos como yo, intentan dejar de temblar, se abrazan del lino como yo, refriegan sus pestañas viscosas como yo, escuchan al maestro que a breves metros de distancia se desliza entre palabras sin previo acuerdo, pero con total omnipotencia, ellos lo miran desde sus cabezas gachas, desde sus capuchas puras, santas, vírgenes, son cuerpos sin estornudo, sin pañal, sin bisagra de olvido ni recuerdo. Saben lo que tiene que hacer. No hay palpito que perturbe, no cae una hoja al piso ni el viento cambia de silbido para suponer un tosido de la boca de alguno, saben lo que tienen que hacer.
“hay que tener seguridad en nuestros deseos, esa palabra incolora, insabora, es el único haber, no hay otra isla vista desnuda y serena, sin pisadas en la arena, esta es la única, es lo que tenemos que hacer, háblenles de fe, de esperanza, ellos encuentran en estas palabras el reconocimiento, el lenguaje en común, la virtud espiritual, háblenles de fé que entenderán y los verán propios, creerán que les pertenecen, que hablan el mismo lenguaje de señas primates, de primates también sus movimientos, no se sienten a esperar, háblenles de fé, de paciencia inmediata, háblenles de fé”.

Ellos saben lo que deben que hacer.
Yo se lo que tengo que hacer.

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