miércoles, 8 de diciembre de 2010

I






Soy un insecto que surca entre llamas. Tengo un mensaje tatuado en mi pecho, vuelo entre el calor devastador de lo que envuelve el destino, no lo conozco pero lo respeto como señor que es “a los señores se les respeta aún no sabiendo su nombre, el respeto, es su alimento letal”, la misiva lo dice en letras sin color, la introduzco en el baúl de aire y sobre el vuelo, el papel se hace polvo y se olvida.
No lo miro y no lo pienso, solo debo volar…
De tanto en tanto me vuelvo errático, confundible, hasta amargo,la seña de mis cejas termina por convencerme de que estoy aturdido por la falta de oxigeno, intento no pestañear, no perder el supuesto objetivo, aguantar la respiración cuando el calor se haga insufrible.
Miro la mano que a velocidad de anciano intenta cerrar la ventana, no puedo permitirlo, tengo que salir de este infierno. El bello de mis brazos se quema y un leve olor a cabello chamuscado hace patria en mi garganta.
Se estremece mi cuerpo, sangran mis ojos que ya solo distinguen sombras, soy el único que vuela hacia fuera de la pieza, me envalentona el hecho de saber que soy insecto, que no vale, no cuenta.
Cubro mi pecho con mis brazos, protejo el tesoro del fuego, se quebrarán mis extremidades, se partirán mis prejuicios, mi apellido se raspara en el suelo.
Cada centímetro, cada momento que avanzo, es como si aumentara la llama de alguna cocina, el calor se multiplica tiñendo todo nublado, manchas ruidosas hacen nudos en mi deseo mental. De corazón no deseo nada, no tengo, soy insecto, puedo quebrar una de mis piernas con la otra y la gente supondrá que es la norma de mi clasificación, clavarían luego mi pecho con la daga del tiempo, y me archivarían con signos negros sobre un plumavit, como quien conquista un país, como quien mea un árbol, como quien raya un muro.
Siento que se me acaba el entusiasmo, se me cae la quijada, se desgranan mis dedos, vuelo sin alas, solo por el peso microscópico de mi planeo, la mano extraña se acerca a la ventana, la toca, con movimientos bruscos grita un temblor pequeño, se cierra, la ventana se cierra…



Levito vacío con oratoria angelical de fondo, paredes blancas, mesa celestial, caras amables hechas a mano de expresión intacta, espaldas robustas y rectas, manos lavadas en agua ras, la hostia se desliza entre los peregrinos, cae de boca en boca, de lengua en lengua, aquella hostia negra hierve en la porosidad del músculo húmedo y el paladar pedigüeño, burbujea con el ácido de la saliva, sus ojos profundos, vacíos, ya no importan en color ni en forma cuando no son para ver. Algunos no los tienen y abren sus manos para atrapar alguna luz.
El techo se pierde, se nubla, se amasa de vitrales impetuosos, autógrafo de algún artista bélico disfrazado de conejo. Soy el hijo, el padre, sudo en medio de la fila, comienzo a sudar agua del lago Pellaifa que arma un paisaje en mi espalda, la fila avanza hacia el sacerdote que porta listas interminables de aquellas hostias musgosas. Paso tras paso, paso tras paso, sudo con mayor énfasis y no logro disimulo. Cuando ya frente al maestro -Jesús de noche- veo su mano aproximarse a mi mentón cerrado, un nudo en mi garganta hace su cama, me atrapa, no tengo miedo, no tengo hora ni calendario, mis pies como mis manos también son celestes, mi túnica blanca pierde relieve con las paredes que no recuerdo.
Veo la materia viscosa con alarde de gloria, como si aquel acto de devoción fuera la misma resurrección que no me importa mas que el hambre, que la hostia en mi lengua haciéndose saliva en mis mejillas.



-Estoy maldito-me digo mientras descanso de la fila y camino hacia mi puesto en las bancas de madera blanca, madera como nunca vi, solo veo las espaldas bien terminadas, las túnicas armando una capucha sobre el cabellos de todos aquellos, mirando hacia el frente al sacerdote. Un breve pestañear me transporta, escucho las palabras perdidas entre sus kilómetros de eco “amarlos, lo que buscan es amar, palabra apostrofe de un disfraz melancólico, todos quieren morir, todos quieren morir, permitámosle el beneficio, de ver que sucede cuando…” siento el calor de la ostia en mi garganta, atrapando la corriente que choca con una piedra, se traba en ella, hace presión contra las paredes de mi pecho… mi pecho, recuerdo lo que amé, lo que tuve, por lo que di mi vida, mi pecho, que no siento bajo la tunica, mi frente se arruga, mis ojos se abren, el nudo en mi garganta se desdobla en la humedad de mis parpados, que sueltan una gota del caudal… “no podemos hacer otra cosa que servir al padre, un hijo sin padre no es hijo, un hombre sin esclavo no merece, ni debe estar de pie, hay que comer en la cama, hay que dormir en la mesa, ofrecerle bocados seductores, taparlos de mantas finas, calzarles cuero de cocodrilo, masajes de chamanes tintos, bebida de tinta de lápiz, de sangre de perro, del perro que reconoce al amo, el hijo solo debe morir si es en manos de su padre, majestuoso acto sin precedente ni lengua posterior, palabra única para la vida eterna, quieren saber lo que sucede cuando…”Mis ojos se nublan al sentir el calor, lo evidencio cuando noto que un par de gotas verdosas manchan el suelo, pongo mi mano izquierda sobre mi pecho y lo amaso en un gesto profundo, entrañable, como una madre que reconoce al hijo que nunca verá.
Soy el mismo, soy el que fui, con el mensaje en mi pecho di mi primera vida y nací como insecto, ahora lo recuerdo, cuando sin cerebro reconocí que ese no era yo, que esas patas no eran mías, que esas alas eran de mazapán, que esos ojos eran de canica.
“llegará el día, en que alguno de ustedes logre al fin y al cabo, entregar el mensaje, decirles que la muerte se toma en copa de vino, que olviden su pasado, que entreguen su vida al destino de nuestros pechos, pero para eso, ellos deben morir, es lo que quieren, saber lo que sucede cuando…”
Siento el palpitar de mi pecho que creí vacío, mis manos se hinchan, me espalda suda, ese palpitar no es mío, alguien desea hablar a través de mi corteza vital, siento que mi vida se escapa del enjambre popular, de la marcha sin pregunta, es una crisis, la siento, me lo dijo mi abuelo antes de morir, me dijo que esto ocurriría, la crisis…

Miro mi mano hinchada, mis uñas moradas, mis venas queriendo arrancarme la carne atornillada al palo, la volteo y mi palma quemada dibuja la hostia que logré arrancar del transe prometido. Tengo que aguantar de pie, perderme en los vitrales, concentrarme en el punto fijo y no dejar que un perro me ladre, nadie me mira, seco mi sudor con la manga de la sotana, sudor verde, masajeo mi pecho con la mano libre, guardo mi mano quemada en el fondo de la sabana. Miro esa secuencia de hombros idénticos, imagino que lloro de alegría, corro lejos de aquellos hombros y dibujo en ellos un monte que me enseñan a reprimir el canto, lloro a mares por las cunetas, me esconderé hasta siempre, viviré como un ermitaño de mi conciencia, feliz me perderé en el lugar mas lejano, viviré como el fugitivo de la razón. Partiré de cero, haré una civilización de mis dientes, soldados de mis uñas, viviré solo los mismos días de siempre, pero libre, sin sotana, desnudo me lanzaré al mar, viviré en el si es necesario, hasta que alguien llegue a buscarme. He decidido enfrentarlos.
Si alguien debe morir en manos de mi secreto, si a alguien debo abrazar con mi pecho para hacerlo olvido, prefiero que aquel sea yo.
“Nos ponemos de pie, va a hablar el gran padre.”

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