martes, 31 de marzo de 2009


los mosquera






Las moscas viven aproximadamente 24 horas. Tienen 1.440 minutos para ir al colegio, comer, hacer deportes, enamorarse, saludar, molestar y pedir perdón, antes de despedirse para siempre. 8.640 segundos para aprender a volar y aterrizar. Algunos dicen que las moscas se alimentan de la mierda, otros dicen que portan infecciones y enfermedades varias.
Esto de hablar y entender el lenguaje humano me tiene medio loco. He volado por toda la casa, pero sin saber bien a donde ir. Como ½ gramo de harina y pellizqué una uva del parrón en el patio. Dos personas intentaron aplastarme. Una con un diario, la otra con la mano. Hoy logré tener un par de amigos por un par de segundos. A uno lo mató una araña de rincón al atardecer, el otro sigue rondando el sillón del living frente al televisor. Me dijo que se había vuelto adicto a aquel aparato tecnológico. Dice que “nunca vio tanta mierda junta en su vida”.
Hoy por la mañana, a eso de las 10:35 hrs. Creo haberme enamorado. Por lo general la mitad derecha de mis ojos ven una cosa, mientras que la otra mitad, se concentra en algo totalmente distinto. Pero hoy fue algo diferente porque vi 4.000 veces una mosca bonita. Creo que a eso de las 11:27 hrs. Sufrí una desilusión amorosa al darme cuenta de que mis intenciones no eran correspondidas, pero ya estoy bien. Es una etapa superada.
Nací hoy por la madrugada, a eso de las 6:20 hrs. Unos segundos después reconocí a mi mamá. La vi aproximadamente por 3 segundos. Se parece a mí. Más bien, creo parecerme a ella. Me dijo a penas me miro 4.000 veces: “tienes los mismos 4.000 ojos de tu padre.” Luego de esto solo dijo un par de cosas: “si vez a alguien de apellido Mosquera, debes decirle que estoy trabajando para comprar una casa en el campo, en la cual espero reunir a toda la familia, dado que hay suficiente espacio para todos. Pero diles que lleven algodones inflables, para que duerman más cómodos”. Le pregunté que como esperaba reunir el dinero suficiente como para comprar dicha casa, dado que las moscas solo viven 24 horas (aproximadamente). A lo que ella respondió: “ese no es asunto tuyo”. Y se fue a trabajar.
Durante 12 horas he buscado a los “Mosquera” pero no he podido dar con su paradero. Solo he visto 4.000 moscas canosas, pero de apellido Mosquin. En el fondo, creo que se trataba de una sola mosca, pero con esto de que vemos 4.000 veces lo mismo, me he vuelto un poco paranoico.
El punto es que hace un par de segundos creo haber conocido a mis parientes “Mosqueras”. Estaban en un rincón del patio, bajo el árbol, saboreando un ramo de claveles rojos. Los reconocí ya que otro primo me encontró volando perdido por los alrededores, era 3 minutos más joven que yo, pero cerca de 10 milímetros más alto.
Mi corazón latió acelerado, por los minutos de vuelo que llevaba, sin posar mis patas sobre algo para descansar. Cuando llegue a la planta me reconocieron de inmediato; me dieron un abrazo, los mire cerca de 8.000 veces a cada uno (para confirmar realmente que se trataba de los Mosquera y no de otros) y me invitaron un trago de clavel veraniego.
Tengo dos primos machos que se parecen algo a mí. Uno habla poco, y padece de dos enfermedades: es superdotado emocionalmente, y tiene una enfermedad extraña, que no recuerdo el nombre, era algo así como “cagado de la risa”, o algo por el estilo.
El otro es arrebatado, dice constantemente que es choro y toma sol a menudo. Tengo una prima 3 minutos mayor que yo, usa 2.000 anteojos rojos. A veces se ríe tanto, como se enoja. Tengo otra prima 4 minutos más joven que yo. Sobre su cabeza hay 4.000 ojos claros como las hojas del parrón, de vez en cuando gusta de golpear con su pata peluda a la gente, y le grita cosas en un idioma extraño, luego se larga a reír. Tengo dos primas cerca de 12 minutos mayores que yo. Una de ellas abre sus ojos de manera exagerada (que los 4.000 ya casi pareciesen solo dos) cuando se ríe o se enoja. La otra tiene un tatuaje, y dos hijas. Ella también sufre de esa enfermedad lamentable, a la que los humanos llaman “cagados de risa”.
Mis tíos parecen a menudo no ser moscas. No viven apurados, por el contrario, les encanta quedarse durante bastante tiempo en lugares extraños. Mi tío gusta de abrazar a todos los insectos, luego los manda a hacer cosas, luego los abraza, los manda (en esos momentos se estresa) y luego los abraza (en esos se larga a reír). Mi tía prende velas cuando conversa. Las apaga cuando sale a fumar. A veces creo que las velas se prenden solas cuando habla, y se apagan solas por que habla mucho. Tengo más familiares Mosequera, no menos extraños. Todos hablan demasiado, ríen bastante, y hacen reír. Mucho.
Llevo 3 semanas y media viviendo, al menos eso creo. Los primeros días, me exaltaba mucho al preguntarles que cuanto más pensaban vivir, ya que eso “no era muy de moscas”.
Llevo 2 semanas desde que entendí que hay moscas, que tienen otra textura distinta. A veces no parecen reales, ni siquiera se bien si lo son. No pertenecen a la monotonía, ni al pesimismo de las moscas, porque pertenecen a otro mundo, del que trato de hablar: El mundo de los sueños.
Llevo exactamente 168 horas soñando, y le he tomado el gusto a no volar sobre la mierda. Si porto enfermedades, algo graves, creo que también me he vuelto “cagado de risa”. Espero seguir viviendo este sueño por más de 3.000 vidas de mosca. Ni siquiera se bien si soy una mosca. Solo sé que la casa de campo no es tan grande como mi mamá decía, pero el algodón es suave y se duerme bien.

lunes, 9 de marzo de 2009

:)

Hoy salió el sol, para no ocultarse jamás.
Fue de la manera más sublime y casual. Como suele ser en nuestra familia. Los abrazos son calurosos y algo perturbadores, son permanentes en su fondo, mucho mas que en su forma.

Hay algunas cosas que de niño no se comprenden, como las decisiones adultas, llamadas a ser las salvaciones de los barcos, o la sepultura de algún pasado que quema en las conciencias y en el alma. No se puede retratar lo que no se conoce. Nuestra manera es esa. La habladuría frente a la fantasía. Para escuchar a alguien de la familia, se debe prestar atención a las maneras, a los movimientos de las manos, a las vibraciones de los ojos, a los movimientos de los labios, muchas veces ello dice más que las palabras que brotan atolondradas frente a cualquier situación, y que muchas veces son las disculpas ofrecidas invisibles, frente a lo indeleble de lo recordable. Para entendernos, debemos ser cuidadosos, frente a la poca cautela de nuestras frases duras y secas.

La familia es como un árbol verde, de tronco grueso, y de ramas cansadas, como un sauce inclinado, tras el manotazo de algún gigante disfrazado de ventisca, tallado por el pasado doloroso, y del cual han sacado lo más hermoso que un ser humano puede conocer, el amor.
Si te lo dijera, amigo, no lo creerías hasta que lo vieras, la magia de mis precederos encandila, encandila cada sonrisa, cada grito, cada tono grave de suspenso frente a la historieta mas insólita manoseada por la fantasía. Fuimos, somos y seremos así. Seres que dicen más cuando no se les ve, cuando se les imagina, cuando se recuerda cada historia.

Cuando pienso en usted señor Morelio y en usted señora Verónica, no hago más que constatar de lo que hablo y pienso. No somos Goliat, eso es cierto. Somos David. Pero aquel David rengado por la sociedad y sus realidades. Aquel David piterpaneado que lucha junto al pueblo, y que crece frente a todos. Que ama a su familia, y que fantasea en el frasear, que atormenta y asusta con la garganta y con el grosor de las palabras, pero que enternece con la calidez de las miradas y los abrazos, que casi siempre son sorpresivos y perturbadores por eso mismo.

A veces pensé estar a su lado, en todos aquellos tiempos, que gozaron de una fantasía animada por la realidad, por los pisotones infames de la realidad que dejo cenizas que se vuelven a reanimar tras un soplido frente a la fogata de palos blancos quemados.
A veces creí bailar con ustedes y junto a mi madre y tíos, frente al parque, o en la calle misma, donde dibujamos las más insólitas nimiedades y las más agónicas grandezas. Pero no es allí en donde los encuentro, es luego de todo, y al principio de lo eterno. En los corazones.
A menudo intento que el orgullo que siento no se me note en cada palabra que suelto al aire al hablar de ustedes. Sé que aunque lo explicara, no entenderían de lo que hablo. Porque a nuestra familia cuesta entenderla, amasarla, tocarla. Nunca sabré si lo que vivimos aquella vez que nuestra casa se desbordó fue verdad o mentira, no sé que separar, para no transformar la realidad misma que como pocas veces nos era agradecida, en una fantasía sin pies ni cabeza.

Espero recordarlos siempre así. Con lo puro y lo químico de mis apreciaciones. Espero que el pasado nos sea presto a la interpretación, para que el futuro sea todo una linda historia, que los amigos de mis hijos no creerán, y murmullaran cuando él les cuente, que de materia no estamos hechos, somos humo, somos viento, somos fortaleza, somos grito, somos bulla, somos silencio, somos pausa, somos desorden, somos compañía, somos amigos, somos niños. Somos tercos, somos la dificultad misma del aprendizaje. Para nuestra familia no nos resulta difícil pararnos, lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia innumerables veces, hemos reconstruido nuestras caras y nuestros cuerpos, cada vez que el tiempo lo ha destruido. Nos paramos una y otra vez, como si de un mono porfiado se tratase, solo nos hace falta pensarnos para saber por que hacemos las cosas, lo demás se da solo. Nuestra mirada dulce de niño torpe y atolondrado es la evidencia misma de aquella sonrisa que no se destruye con el paso del tiempo. Por que vaya que sí sabemos cometer errores, pero lo hacemos dignos y dispuestos a asumirlos, de ellos jamás no enorgullecemos, en nuestras cabezas se tallan las disculpas que muchas veces nos queman el alma.
No deseo construir la biblia, ni relatarlos con ánimos de vanagloriar a santos estáticos. Somos solo el viento dulce, con olor a tortilla de campo, con ánimo de fiesta eterna y copas de vino. Con largas conversaciones de tarde. Con aquellas confesiones que se detienen en nuestra boca antes de salir, para que se nos escape por la puerta del patio la carcajada y la cabeza inclinada como un “nooooo, si esa guea fue la cagada gueon”.

En nuestra familia casi nada es seguro. No es seguro que estemos aquí, o que estemos allá, que estemos realmente enojados, o realmente felices, no es seguro que se enoje, pero tampoco es seguro que se vaya a morir de la risa. Solo una cosa es segura, y en eso estaremos todos de acuerdo (aunque esto no sea 100% seguro) jamás olvidaremos lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.

Porque ninguna nube gruesa gorda y negra, podrá mentirme y decirme, que de materia estamos hechos. La fantasía no se mancha, ni por la realidad que nos ofrece un despertador a las 6:00 de la mañana y que nuestra mano dormida no alcanza para romperlo. El sol sale siempre, frente a cada golpe en esta carrera loca de nuestras vidas, que no cesa ni para dormir sin roncar. Porque hoy volvió a salir para no ocultarse jamás.



Para mi tío Morelio y mi ti Verónica, junto a toda mi admiración y orgullo que desborda cada vez que los pienso, intactos y cambiantes, pero siempre sentados frente al sol.