Hoy salió el sol, para no ocultarse jamás.
Fue de la manera más sublime y casual. Como suele ser en nuestra familia. Los abrazos son calurosos y algo perturbadores, son permanentes en su fondo, mucho mas que en su forma.
Hay algunas cosas que de niño no se comprenden, como las decisiones adultas, llamadas a ser las salvaciones de los barcos, o la sepultura de algún pasado que quema en las conciencias y en el alma. No se puede retratar lo que no se conoce. Nuestra manera es esa. La habladuría frente a la fantasía. Para escuchar a alguien de la familia, se debe prestar atención a las maneras, a los movimientos de las manos, a las vibraciones de los ojos, a los movimientos de los labios, muchas veces ello dice más que las palabras que brotan atolondradas frente a cualquier situación, y que muchas veces son las disculpas ofrecidas invisibles, frente a lo indeleble de lo recordable. Para entendernos, debemos ser cuidadosos, frente a la poca cautela de nuestras frases duras y secas.
La familia es como un árbol verde, de tronco grueso, y de ramas cansadas, como un sauce inclinado, tras el manotazo de algún gigante disfrazado de ventisca, tallado por el pasado doloroso, y del cual han sacado lo más hermoso que un ser humano puede conocer, el amor.
Si te lo dijera, amigo, no lo creerías hasta que lo vieras, la magia de mis precederos encandila, encandila cada sonrisa, cada grito, cada tono grave de suspenso frente a la historieta mas insólita manoseada por la fantasía. Fuimos, somos y seremos así. Seres que dicen más cuando no se les ve, cuando se les imagina, cuando se recuerda cada historia.
Cuando pienso en usted señor Morelio y en usted señora Verónica, no hago más que constatar de lo que hablo y pienso. No somos Goliat, eso es cierto. Somos David. Pero aquel David rengado por la sociedad y sus realidades. Aquel David piterpaneado que lucha junto al pueblo, y que crece frente a todos. Que ama a su familia, y que fantasea en el frasear, que atormenta y asusta con la garganta y con el grosor de las palabras, pero que enternece con la calidez de las miradas y los abrazos, que casi siempre son sorpresivos y perturbadores por eso mismo.
A veces pensé estar a su lado, en todos aquellos tiempos, que gozaron de una fantasía animada por la realidad, por los pisotones infames de la realidad que dejo cenizas que se vuelven a reanimar tras un soplido frente a la fogata de palos blancos quemados.
A veces creí bailar con ustedes y junto a mi madre y tíos, frente al parque, o en la calle misma, donde dibujamos las más insólitas nimiedades y las más agónicas grandezas. Pero no es allí en donde los encuentro, es luego de todo, y al principio de lo eterno. En los corazones.
A menudo intento que el orgullo que siento no se me note en cada palabra que suelto al aire al hablar de ustedes. Sé que aunque lo explicara, no entenderían de lo que hablo. Porque a nuestra familia cuesta entenderla, amasarla, tocarla. Nunca sabré si lo que vivimos aquella vez que nuestra casa se desbordó fue verdad o mentira, no sé que separar, para no transformar la realidad misma que como pocas veces nos era agradecida, en una fantasía sin pies ni cabeza.
Espero recordarlos siempre así. Con lo puro y lo químico de mis apreciaciones. Espero que el pasado nos sea presto a la interpretación, para que el futuro sea todo una linda historia, que los amigos de mis hijos no creerán, y murmullaran cuando él les cuente, que de materia no estamos hechos, somos humo, somos viento, somos fortaleza, somos grito, somos bulla, somos silencio, somos pausa, somos desorden, somos compañía, somos amigos, somos niños. Somos tercos, somos la dificultad misma del aprendizaje. Para nuestra familia no nos resulta difícil pararnos, lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia innumerables veces, hemos reconstruido nuestras caras y nuestros cuerpos, cada vez que el tiempo lo ha destruido. Nos paramos una y otra vez, como si de un mono porfiado se tratase, solo nos hace falta pensarnos para saber por que hacemos las cosas, lo demás se da solo. Nuestra mirada dulce de niño torpe y atolondrado es la evidencia misma de aquella sonrisa que no se destruye con el paso del tiempo. Por que vaya que sí sabemos cometer errores, pero lo hacemos dignos y dispuestos a asumirlos, de ellos jamás no enorgullecemos, en nuestras cabezas se tallan las disculpas que muchas veces nos queman el alma.
No deseo construir la biblia, ni relatarlos con ánimos de vanagloriar a santos estáticos. Somos solo el viento dulce, con olor a tortilla de campo, con ánimo de fiesta eterna y copas de vino. Con largas conversaciones de tarde. Con aquellas confesiones que se detienen en nuestra boca antes de salir, para que se nos escape por la puerta del patio la carcajada y la cabeza inclinada como un “nooooo, si esa guea fue la cagada gueon”.
En nuestra familia casi nada es seguro. No es seguro que estemos aquí, o que estemos allá, que estemos realmente enojados, o realmente felices, no es seguro que se enoje, pero tampoco es seguro que se vaya a morir de la risa. Solo una cosa es segura, y en eso estaremos todos de acuerdo (aunque esto no sea 100% seguro) jamás olvidaremos lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.
Porque ninguna nube gruesa gorda y negra, podrá mentirme y decirme, que de materia estamos hechos. La fantasía no se mancha, ni por la realidad que nos ofrece un despertador a las 6:00 de la mañana y que nuestra mano dormida no alcanza para romperlo. El sol sale siempre, frente a cada golpe en esta carrera loca de nuestras vidas, que no cesa ni para dormir sin roncar. Porque hoy volvió a salir para no ocultarse jamás.
Para mi tío Morelio y mi ti Verónica, junto a toda mi admiración y orgullo que desborda cada vez que los pienso, intactos y cambiantes, pero siempre sentados frente al sol.
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