lunes, 24 de enero de 2011

NIÑA MUJER




Una niña mujer no es fácil de identificar, hace falta el tino y un poco de concentración. No es una ecuación ni un código de algebra, pero de igual forma se obtiene un resultado exacto, concreto. Acá no hay que sumar ni restar nada, mucho menos dividirla en partes iguales ni multiplicarlas por cien. El proceso para identificar a una niña mujer es al revés. De atrás en adelante. Hay que mirar fijamente a los ojos, unos segundos, y esperar que su generosidad sea reciproca por el tiempo que ella le plazca. El tino es menester del momento exacto en que tomes la decisión de investigar, la concentración es necesaria para contener la mayor parte de su mirada en una porción lúcida. En ella radica el presente de su físico, y el pasado de su infancia. En su mirada chocan ambos factores, se ofrecen en un gesto rápido, y se duermen bajo sus parpados.

María es una niña mujer. Le asignaré ese nombre por ser aquel el símbolo insigne de la femineidad hecha humano. De la iglesia o no, me da igual. Quedemos en que solo es un nombre aleatorio.
María toma el vaso firme, no le hace falta mirarlo de vez en cuando para suponer que tiene el control de lo que entra en ella y lo que no. No bebe mucho alcohol, sabe que en aquellas ocasiones de desbando ha sumado consecuencias que la perjudican, en su intachable moral de señorita. Sus aros son su música, tararea de vez en cuando la mediodía inocentona de algún canción que se escapa del segundo plano, se hace fundamental en sus movimientos el cabecear el ritmo con guitarra eléctrica, con letra anglo, pero con ritmo inequívoco de la melancolía.
Habla de corrido, no titubea jamás, no permite que la timidez que la acompaña desde los rincones lejanos de la edad, se haga protagonista de sus gestos, por eso intenta responder todo con humor, procurando que cada vez que termine una frase, salte la inmediatez de la risa colectiva, el tiempo suficiente como para rearmarse y alejarse de la lupa.

La timidez es un secreto, solo lo sabe ella y su madre que la vió llorar en innumerables ocasiones y desde pequeña, por aquel joven de buen cabello, con personalidad avasalladora, que no soportaba las pendejitas silenciosas. A el le gustaban las mujeres. A ella los hombres.

Con el tiempo el aplauso de la genética que no siempre le apunta bien al objetivo, hizo de ella una mujer bella, inevitablemente atractiva, sus trancas se hicieron pasos firmes y sus sombras eran bocas abiertas de todos aquellos que se rieron de ella y no correspondieron a su amor cuando era una niña. Por que ella cree firmemente que ya no lo es. Y ellos creen lo mismo.

Siempre fue inteligente, lo sabía, pero era necesario que se lo dijeran profesores y alumnos destacados, ese era su diploma, que la gente no dudara de su firmeza y talento principal.

Así conoció a su príncipe azul, un tipo de estatura media, delgado, de buenas facciones y pelo recortado con astucia. Para que hablar de sus zapatillas y vestimenta, eran sin duda las mejores entre todos ellos. En aquel tipo vió todo aquello que no había logrado hasta ese momento, la atención completa, la reverencia absoluta a sus encantos y sin muchas preguntas, recorrieron tardes enteras sin mirar hacia otro lado que no fueran las reciprocas alabanzas del encantamiento.
Ese fue su primer error, confundió el amor con el encanto, y aquel lobo quitó su disfraz de oveja y la mordió.
Que te muerda un perro es frecuente, un gato, puede serlo, pero una mordida de lobo es distinta, no es letal, pero desde aquel momento de la mordida, sus consecuencias se vuelven endógenas y la acompañaran por años.

La mordida del lobo, fuera de lo que se pudiera pensar es una mordida suave, ligera, pero eficaz. Apenas los colmillos férreos superan las primeras capas de la piel, hacen contacto inmediato con algo que dormía en ella desde su infancia. Es una mordida que activa el resquemor asesino de sus trancas mas santas.

Aquel accidente generó en ella un retroceso, y comenzó a preguntarse cosas que para ella parecían resueltas, no sabe que paso… otra vez le cuesta dormir.

En sus desvelos recuerda a su padre, aquel tipo que lo fue hasta sus doce años. La última vez que tuvo contacto con uno de sus abrazos fue cuando se despidió antes de irse de la casa con “la otra”. A María le costo años, darse cuenta que aquella "otra", desde ahora en adelante seria la "principal". Y María, no seria mas que un recuerdo molestosos en el rehacer de vida, de aquel tipo que la engendró.

Si le preguntan a María, sobre la falta que puede hacer un padre en la vida, ella se ríe y contesta luego con firmeza, “padre es el que cría no el que engendra, y yo tuve quien me criara…”. Los tipos que comparten con ella aquel carrete se quedan en silencio, incomodos, ella sabe que le teme a los espacios vacíos porque desde Niña la hicieron llorar, pero su amiga cambia de tema y todo queda atrás. Ella también… como aquellas veces en que miraba el pizarrón, encontrando en el las vísceras de su imaginación, que le traían aquellas preguntas que ahora responde con claridad.

Ella teme que la suerte en el amor esté echada. Que aquella mordida de lobo haya despertado ese llanto de niña que jamás superó. Que aquella marca en su boca arda cada vez que alguien la bese, ella cree que esta destinada a sufrir, por que verá en todo hombre el disfraz de lobo, la intención del daño, la mirada de su padre.

Lo que María no sabe es que se hereda el puño, pero jamás el golpe…
La herida está. Como tiene que estar, es una herida, nadie puede caminar con la tibia fracturada, pero de alguna u otra forma, caminar no es siempre avanzar.
Lo peor de su cicatriz feroz no es su apariencia, porque ciertamente no es visible al ojo humano, solo para ella, en su interior, sabrá que dentro de aquella mujer de belleza abominable, infranqueable, indiscutible, siempre dormirá la niña que fué.

Las niñas mujeres son así, una caja de Pandora y cuando la montaña rusa de su vida deje de bajar, subirá y encontrará lo que siempre buscó, un tipo que jamás sabrá por que llora, pero que la abrazará con la poción secreta, el amor que cura lo que sea, el amor genuino, el amor que no entiende el lenguaje del lobo, el amor puro al que ni la muerte le hace cosquillas.

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